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El factor regional en la crisis política boliviana

Imagen referencial / REUTERS

Franz Flores Castro/Latinoamérica21

Hoy Bolivia vive un caos institucional porque no se sabe a ciencia cierta quién manda en el país, si Luis Arce o Evo Morales. Ellos han sesgado los poderes estatales con habilidad de carnicero y amenazan con hacer pedazos el estado de derecho. El presidente Arce, ante su debilidad en la Asamblea Legislativa Plurinacional, ha decidido atrincherarse en el poder judicial y, desde ahí, levanta fiero combate con quien otrora fue su jefe y amigo. El opositor Morales, ante su debilidad en el poder judicial, se atrinchera con los suyos en la Asamblea y ordena bloquear cuanta ley venga de la Casa Grande del Pueblo, el lugar donde ahora despacha su otrora ministro estrella y ahora acérrimo enemigo. 

Pero la batalla no solo se libra en los espacios institucionales, sino que se apela al número, a la cantidad. Hoy la cosa es multitud contra multitud. La rebelión de las masas arcistas frente a la rebelión de las masas evistas. Un día el bando oficialista organiza un evento multitudinario en El Alto para demostrar su fuerza, y semana después Evo organiza otro, donde muestra que los que lo apoyan no son pocos. Onerosas demostraciones de músculo político, dirigidas a  convencer a un Órgano Electoral Plurinacional acostumbrado durante más de una década a obedecer a un solo jefe, y que no sabe cómo dar contento ahora que tiene dos.

Empero, en esta divergencia hay algo que comparten Arce y Morales. Ambos se niegan a ver la realidad. Durante 14 años Morales vivió como un adolescente hijo de padre rico que gasta el dinero como si fuera inagotable. Por su parte, Arce vive la fantasía de creer que con pocos recursos, con mediocres funcionarios y con discursos se puede industrializar el país. Desgraciadamente, los datos condenan a Evo y contradicen a Arce: en vez de exportar productos con valor agregado seguimos en la colonial costumbre de exportar materias primas; en vez de una burocracia eficiente tenemos un estado copado por activistas salidos de la lucha callejera, y, en vez de discursos, tenemos eso, solo discursos.

Esta pelea puede ser el inicio de un proceso de reconfiguración política que haga aparecer dos facciones del MAS ya como partidos políticos diferentes, más uno o dos partidos de oposición que competirán pero que no serán competitivos. Esta reconfiguración se cristalizará en las elecciones generales de 2025, pero hasta entonces muchos conflictos tendrá que sortear el gobierno, entre ellos el avivamiento del factor regional. Me explico.

Bolivia es un país de regiones, como bien lo calificaba el destacado historiador beniano José Luis Roca (se graduó como abogado en la USFX como el mejor de sus alumnos). En este país la gente no se identifica como boliviana exclusivamente sino como cruceña, como chuquisaqueña, como potosina, como paceña, como cochala, etcétera, es decir, que organiza sus proyectos políticos en referencia al territorio donde nació. Esta identidad es la base de la aparición de los comités cívicos, como canalizadores de las demandas locales, que pueden permanecer en hibernación por largos años pero nunca están desactivadas del todo.

El detonante de este reavivamiento serán los resultados del censo. Un instrumento creado para dotar de información estadística las políticas públicas hará explotar el tan temido regionalismo. Departamentos pobres como Chuquisaca y Potosí verán que solo fueron fuente de ingresos para el Estado por concepto de exportación de gas y minerales pero nunca destino de proyectos de desarrollo. Por su parte, Santa Cruz (un departamento próspero) se dará cuenta, por enésima vez, de que es el camión que tracciona el desarrollo del país, pero no es el que lo conduce. Para unos el agravio consistirá en ser los olvidados de las políticas estatales, para los otros será el tener el poder económico pero no el poder político.

Es de esperar que este futuro conflicto centro-periferias derive en un cambio de la agenda política que debata las autonomías departamentales, tan necesarias para el desarrollo como útiles para detener el proceso de erosión democrática.

Dependerá de la lucidez del liderazgo regional para lograrlo.


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