Fabián Bosoer/Latinoamérica21
En las próximas semanas se cumplirán 60 años del golpe que derrocó al presidente Joao Goulart en Brasil e instaló la última dictadura. Fue la mañana del miércoles 1° de abril de 1964. Entre los militares brasileños favorables al golpe, el evento es designado como «revolución de 1964» o «contrarrevolución de 1964». Y parece que la política brasileña se prepara para recordarlo recreando, en otro contexto muy diferente, parecidos comportamientos, jugando al borde de la catástrofe.
La investigación judicial sobre el intento del ex presidente Jair Bolsonaro y sus colaboradores cercanos de impedir la asunción de su sucesor Lula da Silva, el duelo entre ambos y la incidencia de los factores externos, con declaraciones de Lula que suscitan perplejidad, nos retrotraen a tantos episodios similares de la historia latinoamericana del siglo XX. Golpes de Estado fallidos o consumados, interrupciones cruentas o incruentas de los mandatos constitucionales, derrocamiento de presidentes o impedimento de que asuman, fueron prácticas corrientes en el pasado. Cuarenta años de democracia domesticaron a las bestias salvajes y encausaron las crisis y conspiraciones por la vía constitucional.
Curzio Malaparte, periodista, diplomático y escritor italiano que adhirió inicialmente al fascismo para luego abjurar de él y sufrirlo en carne propia, observó el fenómeno en la Europa de los años ‘20: las democracias liberales iban cayendo bajo el asedio de derechas e izquierdas radicalizadas. En “Técnicas del Golpe de Estado”, libro publicado en 1931, Malaparte trata distintos casos emblemáticos de intentos de toma del poder, algunos exitosos otros frustrados, desde Napoleón a Luis Bonaparte, desde Lenin y Trotsky a Mussolini y Hitler. Sostenía que la conquista y la defensa de un Estado eran cuestiones que obedecían a reglas y procedimientos que había que comprender, tanto para utilizarlas como para hacerles frente, más allá de las condiciones económicas, sociales o ideológicas.
En América latina bajo esa misma modalidad, se prepararon y consumaron golpes de Estado en nombre de la democracia y contra el comunismo. Ahora es distinto, las democracias echaron más raíces, las Fuerzas Armadas son menos propensas a dejarse arrastrar a aventuras políticas en nombre de “la salvación de la patria”, hay poderes judiciales y sociedades civiles cuyas actuaciones y voces son más difíciles de acallar, aunque no faltarán quiénes lo intenten, y aunque en las redes se propaguen las nuevas formas de la acción psicológica y “climas de opinión” a los que contribuyen usinas de trolls, fake news y campañas negativas.
Lo cierto es que en la era digital, todo queda expuesto y a la vista: el propio ex presidente Bolsonaro, además de experimentado político veterano de las lides parlamentarias, él mismo un militar retirado con el grado de capitán del Ejército, se encargó de filmar las reuniones de la conspiración, una prueba que se adjunta al proceso judicial en su contra.
Meses antes de las elecciones, Bolsonaro buscaba la reelección y enfrentaba a su gran rival Lula da Silva -de vuelta en el ruedo político luego de pasar 19 meses preso por una condena en un caso de corrupción- denunciando la posibilidad de un fraude y planteando que había una conspiración para arrebatarle el poder. Así se lo transmitió a los embajadores extranjeros. Por esa intervención, Bolsonaro fue inhabilitado para presentarse a las elecciones hasta 2030.
El 30 de octubre, Lula gana los comicios más reñidos de la historia brasileña. El líder del Partido de los Trabajadores obtiene un 50,9% frente al 49,1% de Bolsonaro. Al día siguiente, decenas de miles de bolsonaristas claman fraude ante cuarteles de todo Brasil y reclaman una intervención militar. El 19 de noviembre, tres asesores se reúnen en el palacio presidencial con Bolsonaro y le llevan un borrador de decreto golpista que contempla anular las elecciones y detener a dos jueces del Tribunal Supremo y al presidente del Senado. Bolsonaro convoca a la cúpula de las Fuerzas Armadas, los generales Marco Antonio Freire Gomes (Ejército), Carlos Baptista (Aeronáutica) y el almirante Ailton Garnier (Marina), y al ministro de Defensa para presentarles el decreto con el que pretende vestir de legalidad lo que sería una ruptura constitucional. El jefe de la Marina abraza la idea. Pero sus colegas del Ejército y Fuerza Aérea dudan. Dos semanas antes de que termine el mandato de Bolsonaro -Lula asumió el 1° de enero de 2023- , las milicias digitales bolsonaristas se activan en una campaña contra los jefes del Ejército y la Fuerza Aérea, tildándolos de “traidores a la patria”.
Una semana después de la asunción de Lula, Brasil vivía un nuevo cimbronazo. El 8 de enero de 2023 miles de bolsonaristas que acampaban ante el Cuartel General del Ejército, descienden a la plaza de los Tres Poderes y asaltan el corazón de la democracia brasileña en Brasilia. Una turba de seguidores del ex mandatario toma las sedes del Congreso, la Presidencia y la Corte Suprema de Justicia, emulando lo sucedido en Washington el 6 de enero de 2021. Destrozan vidrios y mobiliario ante la impotencia de la policía que recién varias horas después logró tomar el control.
Bolsonaro y otras 28 personas son acusadas formalmente de cocinar un intento de golpe de Estado. Cuatro de ellos, asesores del anterior gobierno, son detenidos en la operación Tempus Veritatis. Los demás, sometidos a diversas medidas cautelares. Al ex presidente le requisan el pasaporte y le prohíben viajar al exterior. Su situación parece cada vez más complicada.
A 60 años del golpe del ‘64, la investigación judicial que lo compromete le sirve a Bolsonaro para hacer campaña, seguir el “manual de estilo Trump2024”, invertir la carga de la prueba, acusar al Poder Judicial de perseguirlo y buscar tomar revancha contra su sucesor, quien -por su parte- parece tributar a ese mismo juego con sus polémicas declaraciones sobre los temas más sensibles de la política internacional, las que motivaron pedidos de “impeachment” en su contra en el Parlamento.
Curzio Malaparte tendría una galería de personajes para agregar varios capítulos latinoamericanos a su clásica obra. Primero como tragedia, luego como farsa, la historia nunca se repite… pero, como decía Mark Twain, muchas veces rima.
*Texto publicado originalmente en diario Clarín