
Por: Miguel Angel Amonzabel Gonzales
La noche del 17 de agosto de 2025 quedará marcada como un terremoto electoral en Bolivia. Los resultados sorprendieron a la ciudadanía, a los analistas y a los propios candidatos: el Movimiento al Socialismo (MAS), que gobernó el país durante casi dos décadas, obtuvo apenas un 3% de los votos. En contraste, el Partido Demócrata Cristiano (PDC) logró una victoria inesperada, con un 32,06% en la primera vuelta. Hasta los últimos sondeos, el PDC figuraba relegado al tercer o quinto lugar, con apenas entre 6% y 8% de intención de voto, detrás de Unidad, liderada por Samuel Doria Medina, y de Libre, encabezada por Jorge “Tuto” Quiroga.
De pronto, Rodrigo Paz Pereira y Edman Lara, candidatos del PDC, se encontraron en el centro del escenario político, obligados a disputar un balotaje contra Quiroga el 19 de octubre. La irrupción del PDC sorprendió por su magnitud y circunstancias: carecían de listas completas de senadores y diputados, no invirtieron en grandes campañas mediáticas y, en el mejor de los escenarios, aspiraban a consolidarse como tercera fuerza parlamentaria.
Su estrategia de bajo costo, con fuerte presencia en TikTok y un discurso anticorrupción articulado por Lara, conectó con un electorado cansado de promesas incumplidas y de la política tradicional. El PDC obtuvo 47 escaños en diputados y 16 en el senado, obligando a repensar si se trató de un voto de convicción, un castigo al MAS o la expresión de hartazgo frente a una oposición que no logró renovarse.
El PDC logró captar alrededor del 61% del voto históricamente masista, particularmente en áreas rurales y barrios periurbanos del altiplano y los valles. El 39% restante provino de electores opositores, cansados de liderazgos repetidos y coaliciones poco inspiradoras. Así, el partido emergió como vehículo de un viraje histórico, aunque limitado por no haber alcanzado mayorías claras para gobernar sin pactos.
El derrumbe del MAS no se explica únicamente por factores económicos, aunque estos fueron determinantes. Entre 2019 y 2025, Bolivia enfrentó una crisis prolongada: escasez de dólares, inflación de alimentos, desplome de reservas internacionales y agotamiento del gas como fuente de divisas. Proyectos estratégicos como la industrialización del litio bajo YLB fracasaron por corrupción y falta de tecnología.
La crisis también fue política. La división entre evistas y arcistas, la inhabilitación de Evo Morales en 2023 y su llamado al voto nulo —que alcanzó un récord del 19,8%— reflejaron la incapacidad del oficialismo para sostener cohesión interna. Incluso episodios como el intento de golpe de Estado del general Juan José Zúñiga en junio de 2024, interpretado por muchos como un autogolpe, profundizaron la pérdida de legitimidad.
Algunos analistas sugirieron conspiraciones para favorecer al PDC. Sin embargo, la debilidad de Luis Arce y la desintegración interna del MAS dejan poco espacio para teorías de manipulación electoral. Es cierto que varios diputados electos bajo la sigla demócrata cristiana provienen del MAS, pero su tránsito refleja oportunismo y la descomposición del partido oficialista más que un plan articulado.
El paralelo histórico más cercano se encuentra en las elecciones de 2005, cuando Evo Morales y el MAS irrumpieron con un 53,7% de los votos, tras el desgaste del neoliberalismo. En ambos casos, el electorado castigó el modelo vigente en medio de crisis profundas: en 2005, las guerras del agua y del gas; en 2025, escasez, estancamiento y corrupción. Ambos fenómenos también se beneficiaron de la fragmentación del bloque opositor o gobernante: en 2005, la derecha estaba dividida; en 2025, un MAS desgarrado enfrentaba oposiciones sin renovación.
Las diferencias, sin embargo, son notables. La victoria de Morales fue estructural, respaldada por movimientos sociales y sindicatos, lo que le permitió aprobar una nueva Constitución y nacionalizar los hidrocarburos. El PDC, en cambio, es un partido histórico pero marginal, revitalizado coyunturalmente y sin raíces sólidas en organizaciones indígenas o campesinas. Paz Pereira y Lara encarnan un discurso pragmático, con posiciones que oscilan entre la centroizquierda y, en ciertos temas, la centroderecha. Su propuesta ha logrado atraer a sectores de la economía informal, a migrantes rurales, a clases medias y a jóvenes urbanos, pero carece de la épica de refundación que acompañó al MAS en 2005.
Otra diferencia crucial radica en la magnitud del triunfo. Morales conquistó mayorías legislativas que garantizaron estabilidad y capacidad de transformación. En 2025, el PDC apenas alcanzó un tercio de los votos en primera vuelta, lo que obliga a pactar y enfrentar un balotaje incierto. De ganar, lo haría con un Congreso fragmentado, lo que anticipa gobernabilidad frágil y negociada.
Históricamente, Bolivia parece moverse en ciclos pendulares de dos décadas. En 2005, el neoliberalismo fue sepultado por el socialismo del siglo XXI. En 2025, este último cayó víctima de su propio desgaste y de un electorado pragmático que decidió dar paso a una alternativa centrista. Mientras Morales inauguró un ciclo largo, el PDC enfrenta el riesgo de ser un interregno breve, una transición que prepare el terreno para fuerzas más sólidas en el futuro.
La comparación entre 2005 y 2025 demuestra que los bolivianos pueden derribar viejos órdenes cuando la paciencia se agota. Mientras que en 2005 la esperanza se apoyaba en un liderazgo carismático y una economía en expansión, en 2025 el país enfrenta el desafío de reconstruirse en medio de una crisis compleja y con un liderazgo menos personalista. De imponerse en la segunda vuelta, el PDC consolidaría una opción política capaz de atraer a sectores antimasistas y electores del MAS dispuestos a explorar alternativas, sin que ello garantice mayorías legislativas ni estabilidad automática, dejando abierta la dinámica de negociaciones y pactos que marcará su gestión.
Miguel Angel Amonzabel Gonzales es investigador y analista socioeconómico.