
Por: Amanda Toledo Chillaje
El voto es más que una acción política es una manifestación del poder de un individuo como ciudadano, que se ha convertido en un derecho a lo largo de la historia; es una herramienta para construir el país, nuestro país. Votar no es solo elegir a alguien, es decidir el rumbo colectivo desde lo individual.
El voto es un derecho democrático que permite a las personas elegir a sus representantes o expresar su opinión sobre decisiones clave de un país; su país. Es una de las formas más claras en que la ciudadanía ejerce su soberanía. Pero también es un deber ético y político, ya que cada elección moldea el entorno que habitamos, para el fracaso o el éxito.
A lo largo de los siglos, el derecho al voto ha sido fruto de luchas sociales constantes. En sus inicios, solo ciertos grupos privilegiados (hombres ricos, blancos, propietarios, etc.) podían votar. Las mujeres, los pueblos originarios, personas afrodescendientes o quienes no tenían propiedades, fueron excluidos por mucho tiempo. Movimientos como el sufragismo femenino, las luchas de derechos civiles y las revoluciones democráticas lograron ampliar el acceso al voto.
Cada derecho que hoy parece básico, antes fue repelido. Por eso no se trata solo de ejercerlo, sino de valorarlo.
En los sistemas democráticos actuales, el voto representativo es aquel mediante el cual se elige a quienes tomarán decisiones en nuestro nombre: presidentes, congresistas, alcaldes, concejales, etc. Confiamos en que representen nuestros intereses y valores.
El voto popular, por su parte, puede tener un papel más directo, como en los plebiscitos o referendos, donde la ciudadanía vota por una decisión específica. En ambos casos, se trata de un acto de confianza y responsabilidad.
Históricamente, grandes momentos de transformación se han dado gracias al voto popular: el fin del “apartheid” en Sudáfrica, la aprobación del divorcio o el matrimonio igualitario en distintos países, reformas constitucionales, y más. El voto ha sido detonante de cambios profundos.
Muchas veces creemos que nuestro voto es “uno entre millones” y que no hace la diferencia. Pero la historia demuestra que una elección puede definirse por márgenes mínimos. Más allá de lo cuantitativo, el valor real del voto está en su contenido: votar con responsabilidad es asumir que cada decisión suma, que soy parte activa del tejido democrático.
El voto no debería tener precio, de cualquier índole. Cuando se vende, se cambia por favores o se da sin reflexión, se convierte en mercancía, como individuo también se transforma en mercancía y pierde su fuerza transformadora. Si alguien lo compra, no está comprando solo una decisión, sino se está poniendo a la venta el futuro del país que lo vio nacer.
El voto es consciente, es por ello que preferimos dárselo a un determinado partido por algún tipo de interés. Afirmamos que el voto es responsable y sobre todo consciente, sabemos lo que hacemos, aun así, preferimos no reflexionarlo.
Un país se construye a partir de decisiones compartidas. Votar con conciencia implica informarse, conocer las propuestas, entender las consecuencias, pensar más allá del beneficio propio e inmediato. Es elegir con la cabeza fría y reflexiva, debemos tomar este poder concedido, no desde el miedo ni desde la costumbre, si no desde la responsabilidad. Pues un voto responsable, informado y crítico puede ser el inicio de un gobierno justo, de acciones más equitativas, críticas y filosóficas.
Cuando se vota sin pensar, sin saber, por mera costumbre, por presión o por beneficio individual, se corre el riesgo de perpetuar sistemas de desigualdad, corrupción o violencia. La falta de responsabilidad ética abre la puerta a liderazgos autoritarios, a decisiones sin fundamento, a políticos que destruyen en lugar de construir.
La responsabilidad del voto ético, es también crítica en situaciones donde realmente se añora lograr una transformación veraz. Es por ello que estamos obligados a mirar adentro y preguntarnos, ¿Votas porque tu bolsillo lo amerita? ¿O porqué en serio necesitas transformar todo lo que aqueja a los sectores vulnerables? O simplemente votas por cualquiera, ¿no te afecta?
Por qué, para quién, con qué visión del futuro, pregúntate. No podemos mentirnos si somos conscientes de lo que hacemos, de las decisiones que tomamos, debemos ser responsables de nuestro voto, cinco años no es poco, las decisiones de un “líder” pueden transformar el país entero, entonces sólo quedarán los reclamos, porque cuando es tarde, ni la muerte se apresura en irse. Un voto que nace de la reflexión, la memoria colectiva, la cabeza fría y la esperanza que siempre nos queda cuando se ha perdido todo, un voto así no tiene precio, tiene valor y coraje.
Votar no es solo marcar una casilla. Es una decisión propia sin “coima”, cargada de historia, responsabilidad y poder individual. Es el momento en que cada voz se registra para compartir un destino en común. Por eso, el voto no se vende, no se improvisa, no se regala. Se piensa, se critica, se defiende. Porque construir un país, nuestro país comienza por ahí.