
Por: Diego M. Raus / Latinoamérica21
La política y, por ende, los gobiernos que se suceden elección tras elección, tiene la función de resolver los problemas coyunturales y estructurales de una sociedad. Los problemas que atraviesa una sociedad en una coyuntura electoral se definen en ese presente a la vez que se arrastran cuestiones que vienen del pasado. Se trata de cuestiones que, acorde a su duración e impacto, a veces determinan situaciones críticas aunque parezcan expresarse en un presente político.
Este cruce entre cuestiones estructurales, es decir, cuestiones que permanecen, se redefinen y acumulan, y problemas que parecen ser solo una expresión del presente, es lo que confiere los nudos álgidos a la política. Para las sociedades, son temas presentes que el gobierno electo debe resolver. Pero para los gobiernos, se trata de temas arduos que cuesta desentrañar y mucho más explicar a la sociedad. Se trata de un entrecruzamiento complejo entre la gestión del futuro cercano y el imaginario social y político de la ciudadanía, o al menos de la ciudadanía que se involucra en la política.
Las culturas políticas que las sociedades van trazando generación tras generación, juegan un rol importante al definir y situar esos imaginarios en el continuo histórico de cada país.En Argentina, la gestión de los problemas que aparecen en un presente político electoral, se definen desde un imaginario basado en el pasado para luego proyectarse a futuro. Este es un problema político importante para los gobiernos de turno.
Los problemas que Argentina arrastra hace años, claramente expresados en ciclos económicos no virtuosos y su impacto en las cuestiones sociales más álgidas como el empleo, distribución del ingreso o bienestar social, se piensan y definen desde un imaginario del pasado donde esa relación entre economía y bienestar social se había resuelto positivamente. Es decir, los años del peronismo. Después de todo, un eslogan clásico de la política argentina es: “Los años más gloriosos fueron peronistas”.
Si la cuestión es la economía y el eterno ciclo irresuelto entre crecimiento y recesión, el discurso apela a las décadas en las que había políticas industriales, empresas públicas proveedoras de infraestructura, importantes empresarios nacionales, inversiones públicas y privadas. Si el tema es el progresivo aumento del desempleo y la informalidad laboral, se recurre a un pasado de pleno empleo, convenios colectivos, formalidad laboral y salarios suficientes. Cuando nos enfocamos en la cuestión social, nuevamente la imagen retrocede a épocas de pobreza prácticamente insignificante, movilidad social, bienestar progresivo y generalizado.
La misma lógica se repite al analizar las profundas deficiencias institucionales que afectan al país desde hace décadas. Ámbitos como la educación pública, las universidades, la salud, la vivienda y el cuidado de las infancias muestran un deterioro evidente, producto del mal funcionamiento del Estado. Pero antes de centrarnos en una reforma estatal que fortalezca políticamente y financieramente su estructura institucional, volvemos a pensar en los tiempos en los que había salud pública de calidad para todos, las escuelas ofrecían educación real y movilidad social, las universidades formaban profesionales para el desarrollo nacional, y el crédito estatal impulsaba obras de infraestructura y ampliaba el acceso a la vivienda.
La memoria histórica es un dispositivo político de primer orden en términos de impulsar demandas de la sociedad hacia la política y comprometer a ésta con el bienestar público. El problema es cuando esa memoria se cristaliza y se utiliza como vector único de direccionamiento de la política. Los problemas políticos del presente exigen un diagnóstico temporal acorde para proyectar, desde ese estado y posibilidad de cosas, un futuro posible de reordenamiento y mejora.
Esta es una de las claves de la política argentina. La variable principal no es gestionar los problemas que una y otra vez se repiten definiéndolos en sus características y relaciones causales contemporáneas, sino volver a un pasado lejano donde esas cuestiones se resolvieron dentro de determinaciones internas y externas que se volatilizaron hace décadas. El resultado neto, gobierno tras gobierno, es la frustración social y una vuelta a empezar.
Esto no quiere decir que los gobiernos operen dentro de esa lógica en términos de negociaciones, acuerdos y diseño de políticas públicas. Pero sí, gran parte del imaginario social, se posa no en el resultado posible de esas políticas, sino en lo que debiera ser ya que así alguna vez fue.
En el contexto latinoamericano actual, donde la política comparada ofrece un instrumental metodológico de primer orden para analizar situaciones nacionales, pero con la prudencia de no minimizar las enormes diferencias, un contraejemplo es la política brasileña. Si bien la complejidad de la política brasileña es aún mayor, dado su rol regional y geopolítico, esta se resuelve absolutamente imaginando el futuro. Un futuro que cambiará si a la definición presente de una cuestión específica se le aplican las recetas -políticas públicas- diseñadas.
Quién sabe si esa modalidad política de tratar los problemas sea la más efectiva. Pero, aunque no de los resultados esperados, probablemente no genera la frustración que produce esperar que en el futuro las cosas sean como en el pasado.
Diego M. Raus es director de la Licenciatura en Ciencia Política y Gobierno de la Universidad Nacional de Lanús. Profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la Univ. de Buenos Aires (UBA). Licenciado en Sociología por la UBA y en Ciencia Política por Flacso-Argentina.