Por: Franz Tamayo Daza
Entre el carnaval electoral y la economía en ruinas
Así deberíamos definir la situación política actual: un salto al abismo. Bolivia se acerca a las puertas del próximo carnaval electoral, donde los aspirantes a enamorar a los crédulos buscan su consentimiento, no con propuestas viables, sino con promesas vacías encarnadas en candidatos reciclados.
El telón de fondo es un Estado obeso, mantenido artificialmente por un gobierno desorientado que ha descarrilado por completo los rieles de la economía. Este modelo, construido bajo la bandera del Movimiento al Socialismo (MAS), fue inicialmente sostenido por un ciclo de precios y volúmenes de exportación excepcionalmente favorables. Esa bonanza permitió la expansión del aparato estatal y el desarrollo de una estructura gubernamental hipertrofiada, cuya burocracia e ineficiencia hoy resultan insostenibles.
El país enfrenta un déficit fiscal crónico, una deuda pública en crecimiento constante, y un gasto público desproporcionado que amenaza con arrastrarnos a un despeñadero irreversible. La mentira económica del modelo ya ha sido desnudada: el espejismo se desvaneció y la factura recae hoy sobre toda la sociedad boliviana.
Los salarios de obreros, campesinos, comerciantes e industriales son devorados por la devaluación silenciosa de nuestra moneda, que ya ha perdido más del 50% de su poder adquisitivo. La crisis se manifiesta en la falta de combustibles, paralizando sectores clave y sumiéndonos en una situación operativa inédita en la historia contemporánea del país.
Recordemos la trágica década de los 80, cuando la hiperinflación nos llevó de 31 pesos por dólar a 1.918.000 pesos por dólar en apenas cuatro años. El caos comenzó con la dictadura de García Meza, seguido por el descalabro económico del gobierno de Hernán Siles Suazo y su coalición de izquierda, la UDP. La inflación alcanzó el 20.000% anual. Mientras tanto, los “amigotes” del gobierno se beneficiaban del dólar oficial, pagaban sus deudas en pesos bolivianos y revendían divisas en el mercado negro, empobreciendo a la clase media y enriqueciendo a la banca. El desabastecimiento y la escasez fueron comparables a los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
Bolivia fue, tristemente, un caso de estudio mundial por la brutalidad de su crisis financiera, alimentada por políticas pseudoizquierdistas que, en nombre del pueblo, vaciaron las arcas del Estado. Luego vino el ajuste estructural: Víctor Paz Estenssoro y el neoliberalismo del MNR entregaron las empresas estatales a precio de remate a transnacionales, manipularon el tipo de cambio y provocaron despidos masivos que empujaron a más de 30.000 familias mineras al exilio interno. El desenlace: desindustrialización y dependencia.
Con la llegada de Evo Morales, se intentó capitalizar el nuevo ciclo de precios del gas. La renegociación de contratos fue vendida como un gran logro, pero escondía errores estructurales: al vincular los precios a los mercados internacionales, se creó una dependencia peligrosa. Cuando se intentó corregir, el conflicto casi termina con su mandato. Desde entonces, los subsidios se han vuelto insostenibles, y el despilfarro, la desinstitucionalización y la subordinación de los poderes del Estado fueron la norma hasta su renuncia y exilio.
Hoy, bajo la gestión de Luis Arce y el continuismo del MAS, Bolivia experimenta nuevamente la inflación monetaria como reflejo de una crisis estructural profunda. La historia parece repetirse, pero con una nueva capa de sofisticación especulativa: ahora el gobierno experimenta con monedas virtuales y mecanismos de manipulación financiera que sólo agravan la distorsión del tipo de cambio.
Se está hipotecando el futuro. La especulación, el desabastecimiento y la pobreza se han instalado en la vida diaria de los bolivianos. Y sin embargo, se nos ofrece el “carnaval electoral” como si fuera una salida. ¿Será esta la puerta hacia el cambio?
Depende de nosotros. Pero no olvidemos que el fraude electoral sigue latente y el padrón continúa contaminado. Las calles pronto serán escenario de una protesta social creciente, que se intensificará con el avance de la crisis económica. Y, como siempre, los oportunistas buscarán pescar en río revuelto. Somos los arquitectos de nuestro destino. La historia nos ofrece sus lecciones, pero dependerá de nuestra conciencia política y nuestra capacidad de organización si aprendemos de ellas o repetimos, una vez más, el salto al abismo.