
Autor: Ronald Nostas Ardaya
Industrial y ex Presidente de la Confederación
de Empresarios Privados de Bolivia
Las crisis económicas no solo generan inestabilidad e incertidumbre; también ponen a prueba nuestro temple como sociedad. Hoy, Bolivia enfrenta un escenario de inflación creciente, desempleo y carestía que golpea con mayor dureza a los sectores más vulnerables, a las personas que perdieron sus fuentes de trabajo, a las familias más pobres y numerosas y a los jóvenes sin oportunidades ni esperanzas.
En circunstancias como estas, la primera reacción suele ser encasillarnos en nuestras propias dificultades y olvidar que vivimos en comunidad. Sin embargo, es precisamente ahora cuando la solidaridad, la empatía y la resiliencia deben convertirse en nuestros principales valores de orientación.
No es la primera vez que nuestro país atraviesa momentos difíciles. La crisis de 1985, cuando la hiperinflación devoró los ahorros de los bolivianos, nos enseñó que la única salida estaba en la reinvención y en la ayuda mutua. Fueron las redes comunitarias y los pequeños emprendimientos los que ayudaron a muchas familias a sobrellevar la ruina. También en tiempos de calamidades, como las que sufrimos en la pandemia, o de desastres naturales, la gente se protegía entre sí, compartía lo poco que tenía y mantenía vivo el espíritu humanitario que siempre nos caracterizó. Nuestra historia está llena de ejemplos de resiliencia y solidaridad, y esta vez no puede ser diferente.
Existen muchas formas de brindar apoyo a quienes más lo necesitan. Hoy, miles de personas han encontrado en el emprendimiento una salida a la crisis. Han surgido pequeños negocios de panaderías, servicios de transporte, deliverys, venta de comida casera, artesanías y toda clase de iniciativas que buscan generar ingresos. Muchos ciudadanos aún tenemos la capacidad de fortalecer esta economía, comprando en esos negocios, contratando sus servicios o apoyando al emprendedor del barrio o de nuestros grupos sociales. Pequeñas acciones como estas marcan una gran diferencia.
En todo el país, existen hogares de acogida, centros infantiles y refugios donde viven personas en situación de vulnerabilidad. Son niños, adultos mayores y personas con discapacidad que dependen de la buena voluntad de la sociedad para sobrevivir. Lamentablemente, las entidades religiosas o civiles que los administran, debido a la crisis, hoy carecen de la capacidad para solventarlas y su tarea sea hace cada vez más difícil. Si podemos donar alimentos, ropa, medicinas o tiempo como voluntarios, estaremos contribuyendo a mejorar la vida de quienes han sido abandonados por el sistema.
Somos un pueblo con una enorme capacidad de adaptación y un corazón solidario. En estos tiempos difíciles, recordemos que la crisis no debe hacernos egoístas, sino más humanitarios. No esperemos soluciones desde el gobierno o desde los políticos, porque no vendrán. Pero sí podemos encontrarlas en nosotros mismos, apoyando a nuestro vecino, al emprendedor de la esquina, a los niños de un hogar que necesitan ayuda, al adulto mayor que aún tiene sueños y necesidades.
Muchas veces, las personas que nos rodean están atravesando dificultades profundas sin manifestarlo abiertamente. Nuestros vecinos, amigos o familiares pueden haber perdido sus empleos, visto fracasar sus negocios o estar enfrentando enfermedades sin los recursos para tratarse. Aquí es donde entra la solidaridad activa: debemos ser más observadores, más atentos a los signos de carencia y no esperar a que alguien nos pida socorro. Un pequeño gesto puede marcar la diferencia, ya sea compartir una compra de alimentos, ofrecer un préstamo sin interés o simplemente brindar apoyo emocional. La empatía no consiste solo en comprender el dolor ajeno, sino en actuar para aliviarlo.
Las crisis no son eternas. Aunque el panorama actual parezca desalentador, la historia nos demuestra que las naciones se levantan con esfuerzo y unidad. Debemos mantener la esperanza en que tiempos mejores vendrán, pero, mientras dure esta etapa difícil, tenemos una obligación moral y patriótica: nadie debe ser abandonado. Cada gesto de apoyo, cada muestra de solidaridad, es una inversión en el futuro de nuestra sociedad.
Hoy vivimos enfrascados en las discusiones sobre candidatos, alianzas y campañas, pensando en grandes soluciones para los problemas estructurales que nos laceran. Eso está bien; pero este debate no puede hacernos olvidar que, para miles de familias, la única preocupación actual es la supervivencia.
Es en la crisis cuando se revela el verdadero carácter de una nación. Bolivia no es su clase política, ni el desgobierno, ni sus recursos naturales o sus conflictos irresueltos. Bolivia es su gente: buena, valiente y emprendedora; heredera de pueblos que se forjaron en la adversidad y siempre salieron adelante. En estos tiempos difíciles debemos demostrarnos a nosotros mismos que somos una sociedad unida, que unidos vamos a derrotar a la crisis y a los culpables de su origen, y unidos vamos a construir un nuevo rumbo de verdadero progreso y libertad.