Por: Carlos Manuel Rodríguez Arechavaleta / Latinoamérica21
El periodismo, como institución social fluida y plural, impacta en las dinámicas políticas independiente del régimen. Al reflexionar sobre el mainstreams periodístico norteamericano, el académico y periodista Yascha Mounk nos alertaba de los riesgos de los costos de partidizar la información y sustituir su objetividad e imparcialidad por cierta “claridad moral” de activismos democráticos. El verdadero periodismo, según Mounk, debe plantear preguntas difíciles sin miedo ni favoritismos; solo así se podría restituir la confianza de los públicos y evitar las distorciones de las élites. La experiencia electoral reciente en los Estados Unidos le da la razón. En una democracia liberal, la calidad, pluralidad y contrastabilidad de la información pública, así como las libertades de información y libre expresión, son mecanismos constitutivos de la gobernabilidad.
En regímenes autocráticos, autoritarios o totalitarios, donde el poder se asume como una representación escénica, la información pierde el carácter de bien público para convertirse en un ejercicio de manipulación comunicativa. La información, monopolio del estado, es un mecanismo fundamental para reconfigurar la hegemonía de sus narrativas ideológicas, marginalizar las voces críticas y limitar la capacidad de los ciudadanos para imaginar y articular un futuro político alternativo. Así, el rol de los medios es más constitutivo que instrumental, pues activamente producen la dinámica de la política. La Cuba actual, como autocracia totalitaria, refleja esta tensión entre mantenimiento/erosión de un orden en un escenario incierto.
La relación prensa-estado-públicos ha cambiado mucho en la isla. La prensa estatal, institucionalizada a partir de 1975, al más puro estilo leninista, ha sido definida como un “importante instrumento de la lucha ideológica y política, órganos del Partido Comunista de Cuba (PCC) y el estado en la tarea de educar, informar, orientar, organizar y movilizar”. En su función de legitimación, la prensa impresa estatal cubana ha utilizado discursivamente la historia dotada de un poder unificador sincrónico (entre todos los cubanos de una misma época) y diacrónico (entre los valores de los cubanos de distintas épocas), lo que ha creado parámetros para representar los rasgos identitarios del “buen cubano” y procesos fluctuantes de inclusión y exclusión del campo simbólico de la cubanidad, según su utilidad y contribución al alcance de una “victoria revolucionaria y socialista” (sic).
Sin embargo, la excesiva regulación ideológica del PCC y las fallas en la autorregulación de los periodistas han potenciado estrategias de sobrevivencia profesional como la discreción y el secretismo por miedo a sanciones, unido a una problemática relación con las fuentes de información, generalmente funcionarios del estado y el PCC. Esto subvierte la práctica profesional a simples voceros ideológicos que repiten las notas oficiales.
Esta acentuada asincronía entre temas oficiales (hiperrealidad ideológica) y los diversos temas de interés público (realidad cotidiana), limita la confianza pública del consumo informativo y estimula a las audiencias a buscar fuentes con interpretaciones alternativas de la realidad social. Por lo tanto, este modelo de prensa estatal, altamente burocratizado, bajo condiciones restrictivas, creciente precarización y desprofesionalización, no ofrece incentivos de desarrollo profesional a los jóvenes periodistas.
Además, la creciente complejidad social y la liberalización del acceso a Internet a partir del 2008 han modificado la rígida esfera pública en diversas arenas de debate interno y un espacio contencioso transnacional diferenciado y autónomo de la política oficial. En estos espacios comienzan a visualizarse ciertos temas excluidos de las agendas formales de los medios oficiales lo cual activa el debate en ciertos sectores de la sociedad cubana y su diáspora, lo que constituye una creciente amenaza a la hegemonía ideológica del estado.
Un actor protagónico de este proceso ha sido la prensa independiente digital, la cual ha desarrollado en la última década una aproximación alternativa a la realidad cubana, bajo importantes restricciones tecnológicas, con un alto costo de acceso, en un contexto de incertidumbre jurídica y polarización política.
Esta prensa independiente digital, estigmatizada por el discurso oficial como un anteproyecto de “subversión político-ideológica”, orientada y financiada por el gobierno de los EE.UU., es una propuesta diferente e innovadora. Sin embargo, es heterogénea en objetivos, estilos y calidad informativa, con medios que fluctúan entre la crítica ‘revolucionaria’ intrasistema (Joven Cuba, Revista Temas) y la oposición al estado cubano en formatos de prensa generalista (14yMedio, Diario de Cuba, ADN Cuba, Cubanet), ciertos modelos de especialización informativa (El Toque, Periodismo de Barrio, Cubalex), las plataformas feministas (Alas tensas y Yo si te creo), plataformas que emulan laboratorios de pensamiento crítico (CubaXCuba, Cuba Próxima), de periodismo narrativo (El Estornudo y Hypermedia Magazine) hasta innovadores formatos de periodismo de investigación y minería de datos (CubaData, Proyecto Inventario, Yucabyte) y una creciente diversidad de influencers en redes sociales que alimentan un espacio contencioso transnacional.
El aporte del periodismo de investigación de datos en autocracias es significativo, pues al utilizar la versatilidad, transversalidad y rapidez de los redes sociales para recabar opiniones, valoraciones, juicios de sectores sociales anónimos y procesar estadísticamente la progresión de éstos, devuelve la voz a los verdaderos sujetos de la política y permite visualizar su naturaleza opresiva. La academia se debe nutrir de esta información para contrastar teorías, enriquecerlas y producir nuevas aproximaciones conceptuales e interpretativas, reformular problemas e hipótesis y, finalmente, dotar a los estudiantes de nuevas rutas cognitivas.
La importancia de estos medios digitales independientes radica en la profunda revalorización de la profesión periodística y el cambio en la autopercepción del rol público del periodismo en las nuevas circunstancias digitales, orientado a producir información de calidad para un público interesado en deliberar y participar en la política. Estos medios, se basan en valores liberales como la autonomía y el equilibrio informativo y retoman temas polémicos como ecología, feminismo y derechos de minorías, entre otros, ausentes de las agendas oficiales y potenciales detonantes de deliberación pública y presión sobre el gobierno.
La conexión con fuentes de financiamiento de gobiernos extranjeros, especialmente los EE.UU., acentúa este anatema de enemigo interno en el discurso oficial, y los hace blanco continuo de amenazas públicas y estrategias de acoso, censura y diversas formas de represión estatal. Como respuesta a las espontáneas manifestaciones de protesta del 11 de julio de 2021 se ha multiplicado la vigilancia, la censura y la represión digital. Interrogatorios, decomisos, “confesiones públicas” de renuncias, chantajes, extorsiones y forzadas ‘salidas’ al exterior son estrategias para desacreditarles y sostener la narrativa oficial de mercenarismo.
No obstante, el periodismo independiente digital, en sus diversas variantes, ha cambiado el escenario de la comunicación en Cuba. En efecto, en regimenes cerrados, donde predomina el estado y/o una ideología monopólica sobre la vida pública, se neutralizan los diversos mecanismos de organización y movilización autónoma de actores sociales y se pervierte la noción de lo público. Este proceso de estatización de los espacios públicos, elimina el sustrato de la política y pretende convertir al sujeto en un autómata irreflexivo, cuyas actitudes responden a discursos y rituales preestablecidos.
Entre otros mecanismos ritualistas, la prensa oficial tiende a construir una superrealidad ideológica que niega el fundamento de la información: la facticidad y veracidad del dato. Es ahí donde estas diversas variantes informativas de periodismo rompen el control monopólico y manipulativo de la (des)información estatal y activan los componentes dinámicos que subyacen en la realidad social, y sobre todo, el componente subjetivo de la política.
Frente al dogma ideológico de los mecanismos del estado, deben aparecer novedosos estilos de narrar la realidad desde la metáfora, el concepto o el dato. Solo así podrá reactivarse el interés de ciertos sectores de la sociedad en temas con implicaciones comunes y el sujeto comenzar a convertirse en agencia de la política, asumiendo la expresión de lo diverso y plural como un componente constitutivo de la vida social.