Por: José Gabriel Barrenechea / Latinoamérica21
Suelo encontrar en redes sociales, e incluso en medios iberoamericanos, descripciones idealizadas de la realidad cubana actual. Por lo general esas descripciones corresponden a tiempos mejores, idos ya hace mucho, tras el final de la muy favorable relación entre la economía cubana con la del Campo Socialista.
A continuación intentaré darles una idea de las condiciones de vida mías, y de mis vecinos, en un pequeño municipio de la provincia Villa Clara. Algo peores a las de La Habana, pero en general semejantes a las del resto de los cubanos que habitan fuera de aquella ciudad.
Comencemos por la alimentación. Cocinar una ración de arroz, frijoles, un huevo frito, y un cuarto de aguacate, sazonado todo al gusto cubano, cuesta unos 200 pesos. Considérese que el costo de un huevo ronda los 90 pesos, una cebolla tamaño moneda los 35, mientras el salario promedio en Cuba es de unos 4 648 pesos, según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información cubana, ONEI.
Aclaro que hemos usado en nuestros cálculos de arroz del subvencionado por el gobierno. Porque como se sabe, en Cuba tenemos una cartilla de abastecimientos, a través de la cual se nos suministran a precios favorables una serie de productos. Esa serie, sin embargo, se ha reducido al presente a siete libras de arroz al mes, a 60 gramos diarios de algo semejante al pan, y a la leche de los niños menores de siete años. Fuera de eso, de vez en cuando se nos suministran uno o dos jabones, pasta de dientes, detergente, o dos libras de azúcar. Esta última, que siempre abundó en Cuba durante anteriores crisis, hoy día solo se consigue importada, a entre 350 y 450 pesos la libra. Ello a consecuencia de que la otrora “Azucarera del Mundo” produce al presente menos azúcar que antes de 1840, cuando las zafras se hacían con bueyes y trabajo esclavo, y en la isla habitaba un millón de personas.
En Cuba, con los salarios vigentes y los precios de esa mayoría de alimentos que no se nos venden en el sector subvencionado, hay una cantidad significativa de personas que solo hacen una comida al día. Por lo que la población desnutrida, sobre todo entre los mayores de sesenta sin nadie que los ayude desde el exilio, es importante. No obstante, como todo en Cuba, los resultados de los pocos estudios hechos en secreto se guardan bajo siete llaves por las autoridades, y cualquier estudio independiente será considerado actividad subversiva por la omnipresente Seguridad del Estado.
Junto al control estatal de la información, la distribución de los salarios explica la relativamente pobre conflictividad social que trasciende de Cuba, a pesar del marcado deterioro de las condiciones de vida de sus habitantes. Por ejemplo, un médico de primer nivel en el Hospital Provincial de Villa Clara, con 30 años de servicios, no logrará nunca cobrar más de 10,000 pesos, mientras una médico militar, recién graduada, ya recibe 15,000. De manera significativa los salarios de los miembros de las instituciones armadas no se publican en la Gaceta, y son de hecho tratados como secreto de interés nacional.
La explicación está en que incluso el miembro del Ministerio del Interior peor pagado, el recién reclutado oficial de prisiones, sin estudios medios superiores, cobra casi una vez y media lo que el médico o el maestro promedio. No obstante, no hemos incluido aquí los salarios “en especie”, como ropa, zapatos, equipos electrodomésticos, alimentos, prioridad para recibir una casa, o una reservación en un balneario… en cuyo caso la diferencia se multiplica hasta por seis y siete veces, en el caso de cualquier agente de la principal unidad antidisturbios provincial, los boinas negras.
Fuera de La Habana, los balnearios turísticos más importantes y los circuitos especiales en las capitales provinciales, la corriente eléctrica solo se recibe irregularmente. Donde vivo, las semanas en que tenemos corriente durante menos de la tercera parte de los días y noches han ido en aumento desde 2021, hasta convertirse en lo normal. Hay una gradación según la cual los lugares con menor contacto con el exterior, donde el gobierno puede gestionar la protesta social con más secretismo, el suministro de electricidad es más esporádico.
Esa irregularidad en el suministro eléctrico detiene la economía y dificulta todavía más la vida cotidiana, sobre todo para cocinar, porque las zonas más castigadas por el apagón son precisamente aquellas donde no se suministra gas, licuado o de la calle. Otro problema con la falta de electricidad es la imposibilidad de almacenar en frío los alimentos, en un clima tropical como el cubano, donde sin refrigeración los alimentos se descomponen rápidamente. Mas lo peor es conseguir dormir durante las madrugadas, en los seis meses en que los mosquitos son legión y las temperaturas no bajan de los 25 grados centígrados.
Relacionado a los problemas con la electricidad está el de agenciarse el agua. El asunto está en que fuera de La Habana los acueductos no aseguran el agua más que a una parte de las poblaciones, y ello muy esporádicamente. Ciudades importantes como Santa Clara tienen barrios que solo reciben agua una vez al mes, lo cual obliga a las familias a ocupar buena parte del espacio de sus hogares en su almacenamiento. Pueblos como el mío, en el cual la empresa de acueductos y alcantarillados municipal ha sido distinguida nacionalmente varias veces por su trabajo, ni tienen alcantarillado, ni se le suministra el agua mediante acueducto más que a una tercera parte de la población. El resto dependemos de pozos artesianos en los patios, los cuales en promedio no están a más de 10 metros de alguna fosa séptica, porque por demás no hay en todo el pueblo, como en la absoluta mayoría del país, fuera de La Habana y algunas grandes ciudades, un sistema central de recolección de las aguas albañales.
En cuanto al sistema de salud pública, una de las grandes “Conquistas de la Revolución”, se ha degradado a un nivel comparable o peor al de los peores sistemas públicos de Hispanoamérica. En Cuba hace mucho tiempo falta, desde el algodón o las jeringuillas, hasta medicamentos tan comunes como la aspirina o los antibióticos, y no hablemos de otros más específicos por completo inexistentes.
En los hospitales el suministro de agua es esporádico, y el ingresado debe llevar consigo prácticamente todo, excepto la cama y el colchón. De siempre ha sido habitual en los hospitales cubanos la presencia de un familiar acompañante, pero hoy, sin esas personas que se ocupan de todo lo relacionado con el paciente, excepto la aplicación de los medicamentos, las probabilidades del paciente de salir vivo de allí son mucho menores.
Tampoco es que en los hospitales abunden los medicamentos, y en su gran mayoría los familiares del paciente deben agenciárselos, enviados por la parte de la familia en el exilio, o adquiridos en mercados no controlados por ninguna agencia certificadora. Gracias esas carencias, en Santa Clara, en los alrededores del Hospital Provincial, prosperan dos “candongas” de dimensiones nada pequeñas, donde se puede encontrar desde un medicamento hasta material para operaciones -también inexistente en el sistema de salud-, o comida rápida para tratar de completar la dieta de las comidas intra-hospitalarias.
En cuanto al personal médico, o sanitario, probablemente haya sido de los más afectados por la reciente oleada migratoria. Ello sin contar que las autoridades prefieren enviar médicos a misiones internacionales por las que cobran en moneda dura, antes que ocupar las innumerables plazas vacantes en el país. Ello ha llevado, por ejemplo, a la casi extinción del programa del Médico de las 120 Familias, muchos de los cuales deben atender hoy hasta ocho veces ese número.
Podría hablarles del estado de la otra gran “conquista” revolucionaria, la Educación, o del estado de las infraestructuras, las cuales han casi desaparecido en los últimos 34 años, o de la desaparición casi total del transporte público, sobre todo fuera de La Habana, más no pretendo aburrir al lector. En última instancia Cuba está aquí, para venir a comprobar si mi descripción es falsa, o no. ¿Se anima?
José Gabriel Barrenechea: Graduado en Formación Literaria por el Centro Onelio Jorge Cardoso y en Educación Sociopolítica por el Instituto Superior de Ciencias Religiosas a Distancia San Agustín, de la Univ. Católica de Valencia San Vicente Mártir.