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El embargo, un asunto entre cubanos

José Gabriel Barrenechea/Latinoamérica21

La pregunta de si el embargo de los Estados Unidos es la causa de la actual situación económica y financiera de Cuba no tiene una respuesta simple. La ineficiencia del socialismo cubano, mucho mayor a la de cualquier otro socialismo leninista, y la tendencia del régimen a no pagar sus deudas, incluso cuando podía, explican en parte esa situación. No obstante, es evidente que el embargo sí tiene repercusiones importantes en la misma, porque, si no, no se explicaría la insistencia en conservarlo.

Nadie se empeña en usar un recurso que el contrario utiliza exitosamente para victimizarse, y descalificarte, a menos que en el cálculo general de ganancias-pérdidas el saldo percibido sea positivo. A fin de cuentas, si el suelo y las producciones de Cuba, un pequeño archipiélago sin grandes recursos naturales, valen algo, es por nuestra vecindad a los Estados Unidos. Un país de cuya economía, la cubana ha sido complemento desde el siglo XVIII, cuando un subproducto de nuestra producción de azúcar, las mieles, se convirtió en materia prima para la producción del ron de Nueva Inglaterra.

La dependencia económica de Cuba a los Estados Unidos es tal que, tras la ruptura de 1960, el régimen solo ha conseguido sacar al país de la crisis al venderse como el aliado ideal de todo aquel dispuesto a sufragar al ineficiente socialismo cubano por tal de molestar a nuestro vecino. Cuba ha conseguido sobrevivir a más de sesenta años de desconexión con los Estados Unidos, su economía complementaria natural e histórica, al buscar el apoyo económico, políticamente interesado, de los enemigos abiertos o solapados de ese país. Porque la realidad es que, más allá de la cercanía a los Estados Unidos, Cuba tiene poco que ofrecer a otras economías, y tampoco puede vivir autárquicamente.

Pero la conservación de ese embargo —que, recordemos, no es la causa única de la actual situación cubana aunque influye en ella —, ¿al interés de quién responde? Contrariamente a la creencia generalizada en Latinoamérica, el embargo no se conserva por el interés del público o de la clase política de los Estados Unidos. Si así fuera, a la manera de Vietnam, hace mucho que habría desaparecido.

A diferencia de los tiempos de la Guerra Fría, cuando tanto los políticos de un partido como del otro apoyaban las medidas de castigo contra la isla vecina que se había atrevido a aliarse a su archienemigo, la Unión Soviética, desde los años noventa ha habido en la política americana una tendencia a establecer un modus vivendi con el régimen cubano. Si ello no ha sido posible es por la existencia de un importante y muy activo exilio cubano en los Estados Unidos, el cual, a diferencia del vietnamita, ha sabido hacerse con una influencia desproporcionada en la política americana. Considérese que, si bien los cubanoamericanos no llegan al 0,8% del censo, tienen una representación de casi un 2% en el Congreso, con tres senadores, y siete representantes.

Fue el exilio, con sus relaciones y su habilidad política para imponer sus intereses, quien en los noventa no sólo consiguió conservar el embargo sino incluso que su abrogación quedara en manos únicamente del Congreso, en razón de determinadas condiciones que deberá cumplir cualquier futuro gobierno cubano. Y todo ello, a pesar de la idea extendida dentro de la clase política americana de que un régimen como el cubano tiene sus ventajas, como las de controlar con mayor eficacia los flujos de drogas y de emigrantes, en una isla casi a la vista de sus costas.

Desengañémonos: desde el final de la Guerra Fría, el diferendo no es entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, como pretende el régimen, sino entre el exilio y ese régimen totalitario establecido sobre la limitación de derechos civiles, políticos y económicos a los cubanos. Diferendo precisamente por conservar o eliminar esas limitaciones, dentro de una sociedad transnacional o transfronteriza cubana cada vez más interconectada, y en la que, por ejemplo, las remesas de los exiliados representan la principal entrada económica para más de un tercio de las familias de la isla, y casi todo el capital con el que se inician los emprendimientos privados.

El embargo es hoy el único recurso eficaz de presión en manos de un significativo y en aumento porcentaje de cubanos que, inconformes con la situación en Cuba, y sobre todo con las limitaciones económicas y políticas en un sistema totalitario, han terminado por poner mares de por medio entre ellos y su patria. Algunos cuestionarán ese uso “poco” patriótico del embargo, pero a quienes lo hagan cabe preguntarles: ¿quién es menos patriota, quien priva de derechos a sus compatriotas o quien sin derechos en su patria trata de conseguirlos de vuelta por las escasas vías abiertas ante él?

A pesar de la evidencia de que hace mucho que el exilio es el único apoyo importante dentro de la política americana a la conservación del embargo, La Habana insiste en tratar su eliminación como un asunto exclusivo entre las cancillerías de los dos países. Esto impide la solución de un problema vital para Cuba, solo porque el régimen se niega a reconocer al exilio como una parte de la sociedad transnacional cubana y un interlocutor válido. Algo cada vez más iluso, dada la proporción creciente de la población exiliada dentro de la sociedad transfronteriza cubana y su importancia tanto en la economía isleña como en la política de los Estados Unidos.

La comunidad internacional debe entender que solo será posible eliminar el embargo cuando el régimen acepte a su exilio como un interlocutor válido, y tenga en cuenta sus reclamos, porque está en sus manos cambiar la política de Washington hacia la Habana. En un final no se podía privar a los cubanos de derechos en su país, darle a los inconformes como única salida el emigrar, y a la vez esperar que al acumularse por millones esos excluidos no terminaran por controlar la política de Estados Unidos hacia Cuba. Ahora hay que tratar con ellos, si de verdad se desea reconectar a Cuba con su mercado natural e histórico.

José Gabriel Barrenechea. Graduado en Formación Literaria por el Centro Onelio Jorge Cardoso y en Educación Sociopolítica por el Instituto Superior de Ciencias Religiosas a Distancia San Agustín, de la Univ. Católica de Valencia San Vicente Mártir.


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