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El campo agónico de la política en México

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Gerardo Camacho Solís/Latinoamérica21

La política es un campo de batalla: por los derechos, la justicia, la libertad, la igualdad, y sobre todo por el poder. Pero en el caso de México muchas de esas batallas también son de vida o muerte.

El sociólogo Pierre Bourdieu propuso una perspectiva para entender la sociedad que ha sido muy influyente, y que nos puede llevar a comprender mejor la situación agónica de la política en este país.

Para el francés, la sociedad está diferenciada en universos sociales relativamente independientes unos de otros, con sus propias reglas, prácticas y productos. Estos universos son resultado de luchas históricas: por la independencia, por ocupar una posición dentro de estos espacios, por reclamar los beneficios que ofrece cada ámbito, por reestructurar un campo contra fuerzas dominantes.

Del campo político en México se pueden mencionar algunos ejemplos de aquellas luchas. Con el lema “Tierra y libertad”, Emiliano Zapata batalló por la justicia agraria y por la democratización de la nación. Con su traición y asesinato, el zapatismo pasó a simbolizar una lucha a muerte contra la oligarquía en defensa de la democracia, promoviendo un programa de acción política muy influyente que contemplaba ideas innovadoras como la revocación de mandato.

Otro caso es el de Hermila Galindo, quien luchó por la igualdad y los derechos políticos de las mujeres, llegando a ser la primera mujer en formar parte del Congreso, en 1952. Por su parte, María García Martínez pugnó por el reconocimiento constitucional de las mujeres como ciudadanas, haciendo posible su elección y con ello abriendo la posibilidad de que ocuparan una posición en el campo político. Y otras tantas, como Amalia González Caballero, Esther Chapa Tijerina y Benita Galeana, pelearon por el sufragio femenino.

Para mediados de los noventa, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) también se opuso a la oligarquía, levantándose en armas contra el régimen neoliberal, al que oponían ideales de democratización. Exigían la realización de elecciones democráticas y el reconocimiento de la libertad y la autonomía de las comunidades indígenas, grupos agraviados que con el Tratado de Libre Comercio pasaban a ocupar una posición aún más vulnerable.

Como puede verse, que la política en México es un campo de batalla se convierte en una sentencia literal. Situado como está el país en un proceso de cambios en la presidencia y en numerosos cargos públicos, desde hace décadas la principal batalla es contra el crimen organizado, cuya injerencia nos llevó a las campañas electorales más violentas en la historia del país.

Por un lado, está la violencia políticoelectoral. En los últimos meses se han registrado a lo largo del país numerosos casos de violencia contra actores políticos. Las agresiones, asesinatos, secuestros, desapariciones y amenazas afectan no solo a candidatos sino a sus familias, a autoridades electas, a funcionarios públicos, a militantes de los partidos. Con dichos ataques, grupos de delincuencia organizada buscan tomar el control de las localidades.

En diversos territorios de la nación la autonomía y la seguridad de los actores políticos no está garantizada, lo cual deriva en una situación crítica. El número de agresiones en contra de actores políticos es alarmante: solo unos cuantos han logrado evadir los ataques. Vuelve a tomar sentido, en un contexto diferente, la frase que Eulalio Gutiérrez proclamó hace más de cien años: “El paisaje mexicano huele a sangre”.

Por otro lado, está la violencia de la que son víctimas los miembros de comunidades específicas ocupadas por grupos criminales. Las amenazas y los silenciamientos de militantes políticos actúan en detrimento de unas elecciones libres, además de que ponen en riesgo la vida de muchos. Esta situación imposibilita el funcionamiento adecuado del campo político en estos territorios, pues, si lo que se pretende son elecciones democráticas, esto difícilmente tiene lugar.

Lo que queda como lección de las batallas históricas es que los movimientos sociales, las luchas armadas y las luchas ideológicas pueden llegar a tener repercusiones cruciales, que trasforman o que vulneran el campo político. No hay que olvidar que la lucha por la autonomía, la independencia de acción, el derecho de admisión a un campo, es una lucha perpetua, y en este país ya es por la vida misma.

Bourdieu nos enseñó que los campos sociales están conformados de algo por lo que vale la pena luchar. En el campo político, vale la pena defender y garantizar la seguridad de los actores que lo integran, en particular frente a la intrusión de intereses criminales. En esta lucha, como diría hace un tiempo un miembro del EZLN, lo realmente importante es la base social, pues “el arma que temen no es el arma de fuego, sino el de la palabra”.


GERARDO CAMACHO SOLÍS

Maestro en Ciencias en Metodología de la Ciencia por el Instituto Politécnico Nacional (IPN). Doctorando en Estudios Filosóficos y Sociales sobre Ciencia y Tecnología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).


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