Francisco Sánchez/Latinoamérica21
El método comparado en Ciencias Sociales busca establecer las causas de un fenómeno confrontando casos similares o diferentes con el fin de identificar el origen de un hecho. Si queremos entender lo que pasa en Argentina comparándola con un país similar, la intuición nos llevaría a Uruguay. Desde un pasado colonial parejo hasta su ubicación sobre el Río de la Plata, pasando por el flujo migratorio parecido, la forma de hablar o la producción de carne y soja, hay un sinnúmero de semejanzas. También comparten la maternidad del tango y de Gardel –a pesar de que el zorzal criollo es natural de Tacuarembó– y alojan, cada uno de los países, a uno de los mellizos Salvo-Barolo. Sin embargo, el país de la Banda Oriental del Río Uruguay tiene un sistema político mucho más estable que el de la Nación Argentina. Dan fe de ello las élites porteñas que migran a enfrente en busca de tranquilidad a pesar de mantener sus empresas y trabajos en Argentina.
Mientras Uruguay aparece en todos los índices como la democracia más consolidada de América Latina, el sistema político de Argentina muestra muchos problemas de funcionamiento a pesar del firme compromiso democrático de sus ciudadanos, y ahí está la diferencia entre los dos casos. Resulta evidente, por ejemplo, lo distintos que son los sistemas de representación política: por un lado, hay unos partidos consolidados que han desarrollado una lógica de competencia inclusiva; por el otro, está un sistema de partidos de lógica maniquea que tiende a la polarización necesaria en la “razón populista”. También contrasta que mientras al sur del Río de la Plata abunda el personalismo y es tierra fértil para el brote de dirigentes políticos ególatras, en Uruguay los líderes han ejercido de antihéroes y han puesto por delante al colectivo antes que a la “conducción” siguiendo el ejemplo de los Treinta y Tres Orientales y del prócer Artigas que se fue al Paraguay a tomar mate con Ansina.
Si hay un país con el que se puede comparar Argentina, usando los criterios de lo que los politólogos metodólogos (o viceversa) llaman Most Similar Systems Design (MSSD), es Ecuador. El MSSD busca variables explicativas en las que los países sean similares, y no cabe duda de que son los dos casos de América Latina que mejor cumplen esta premisa, si tomamos en cuenta que comparten una clara tendencia al default (impago de las deudas) en términos económicos y al populismo en términos políticos. Me explico y desarrollo.
Aunque las “crisis por deuda” son habituales de América Latina, Argentina y Ecuador ocupan las primeras posiciones, respecto a los otros países de la región, en el número de veces que han incurrido en distintas formas de impago y morosidad durante esta tercera ola democrática. A pesar de las diferencias –sobre todo por el tamaño del PIB y la industria–, las dos economías comparten la dependencia del sector externo, los altos niveles de desigualdad o la desconfianza en sus monedas nacionales, que, en el caso de Ecuador, se solucionó con la dolarización, medida que quiere adoptar el presidente Milei y que ya usó el peronista Menen en su versión convertible. Son dos economías con tendencias inflacionarias e instaladas en el déficit presupuestario, el mismo que acaba traduciéndose en más deuda, en emisión inorgánica o en otros trucos contables en el caso de Ecuador que no puede activar la máquina de los billetes. También se parecen, y esto está relacionado con el ciclo político, en que muchas de las autoridades económicas no han precautelado los equilibrios macroeconómicos, pues su visión de la economía considera que estos son algo propio de economistas ortodoxos fieles al Consenso de Washington.
Aunque el peronismo se haya convertido en el tipo ideal weberiano de populismo latinoamericano, uno de los padres fundadores, junto a Getulio Vargas, es el ecuatoriano José María Velasco Ibarra, que ocupó por primera vez la presidencia de la república en 1934. Desde entonces, el velasquismo fue uno de los pivotes de la política ecuatoriana hasta inicios de 1970. Los sistemas políticos de Ecuador y Argentina siempre tienden al populismo y es así como, en el siglo XXI, mientras en los Andes la brecha se construía sobre el correísmo, en la tierra de Evita el eje de la política era el kirshnerismo. Quizá eso explica que el ecuatoriano Jaime Durán Barba entienda tan bien la política argentina como para haber vencido al todopoderoso peronismo como estratega.
En los dos países el populismo y el modelo económico han confluido en las propuestas de dolarización gracias a dos presidentes que, además de populistas, comparten como apodo “El Loco” por sus exabruptos: Abdala Bucaram en Ecuador y Javier Milei en Argentina. Abdalá no terminó su gobierno y no pudo poner en marcha su plan de dolarización. Ahora queda por saber si Milei lo podrá hacer. De ser así, más allá de lo que pueda pasar con otras políticas y sus consecuencias, el cambio de moneda modificará sustancialmente el funcionamiento de la economía y de la política argentina, tal y como sucedió en Ecuador cuando se dolarizó. En este sentido, no me cabe duda de que el “peronismo/K”, tal y como lo conocemos, será su primera víctima.
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