Los colombianos gobernados siempre por conservadores o liberales de derecha y hastiados de un país en crisis, este domingo podrían inclinarse por primera vez a la izquierda y subirse al tren de esa tendencia que vuelve a cruzar por América Latina.
El senador y exguerrillero Gustavo Petro, de 62 años y favorito en todas las encuestas, cree que puede conseguirlo, aunque los sondeos señalan que habrá un balotaje el 19 de junio, en el que también lidera la intención de voto.
Su oponente, el derechista Federico Gutiérrez de 47 años, se perfila como el rival más probable en un país polarizado como pocas veces se vio, pero que grita cambio ante los estragos económicos de la pandemia, el repunte de la violencia, la corrupción, la desigualdad y las heridas que dejó la represión de masivas protestas en el país.
Seis candidatos están en carrera para asumir la presidencia, pero dos son los favoritos.
Petro, que por tercera vez busca la Presidencia, perdió hace cuatro años con el derechista Iván Duque, que por ley no puede aspirar a la reelección.
Ese segundo lugar en 2018 le valió un escaño en el Congreso desde donde acumuló apoyos para pelear un desquite por el Gobierno del país de 50 millones de habitantes, aliado de Estados Unidos y mayor exportador de cocaína.
Colombia podría sumarse esta jornada a la izquierda que gravita en la mayoría de países de Sudamérica, a excepción de Ecuador, Paraguay, Uruguay y Brasil, que se juega el posible regreso de Luiz Inácio Lula da Silva.
En Colombia todas las fuerzas piden un cambio, tras el impopular Gobierno de Duque que desató un estallido social inédito.
“Hay mucha frustración, mucha rabia y creo que Petro capitalizó eso”, dice a la AFP el profesor de la universidad de Georgetown Michael Shifter.
La derecha en el poder llega debilitada. Su líder natural, el expresidente Álvaro Uribe (2002-2010), antiguo protagonista electoral, está de capa caída por enredos judiciales.
Un nuevo duelo entre fuerzas opuestas es la expresión de un país dividido tras la firma del acuerdo de paz firmado en 2016.
El histórico pacto que desarmó a los rebeldes de las FARC “abrió un espacio para la izquierda política” que durante el conflicto armado cargó con un “fuerte estigma” por su “asociación con la guerrilla”, afirmó la analista del International Crisis Group, Elizabeth Dickinson.
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