Contrariamente a lo que puede pensarse, el mayor riesgo de la actual crisis económica no está en la inflación ni en la escasez de divisas. El verdadero peligro reside en las débiles perspectivas de recuperación y en la ausencia de una visión estratégica de largo plazo.
Por más de dos centurias, nuestro país encontró en la minería y los hidrocarburos la fuente primaria de sustento que permitió un crecimiento moderado, y que mantuvo nuestra economía por encima de los niveles de pobreza extrema. La reciente debacle de la industria gasífera y el estancamiento de la producción de minerales nos está llevando a buscar otras opciones, aunque dentro del modelo extractivista, que hoy parece estar en proceso de agotamiento.
Hace pocos meses, la empresa Neptune Energy anunció el hallazgo de 43 millones de toneladas de litio en Alemania; Estados Unidos confirmó un depósito de 120 millones en Oregón y China comunicó el descubrimiento de 490 millones en Hunan. De confirmarse plenamente estos datos, la explotación del oro blanco dejaría de ser un negocio rentable para Bolivia, y los 23 millones de toneladas que poseemos podrían quedarse bajo las inmensas salinas de Potosí.
El panorama energético interno es igual de crítico. Un estudio de la Fundación Jubileo, con cifras oficiales, ha revelado que entre 2014 y 2025, la producción de hidrocarburos líquidos cayó en 62% y la de gas natural en 54%, debido al agotamiento de los campos maduros y la falta de inversión exploratoria. Actualmente ya importamos el 58% de la gasolina y el 90% del diésel que consumimos; para 2028 incluso tendremos que comprar gas natural. Según Jubileo, el país necesita al menos tres nuevos megacampos para revertir la crisis y cubrir la demanda interna y la exportación.
La minería tampoco está en su mejor época. De acuerdo a un estudio de la Fundación MILENIO “Para 2023 las exportaciones minero-metalúrgicas se redujeron de $us. 6.689 en 2022 a $us. 5.896 millones, con una caída del 12%. Las ventas de la minería privada bajaron 9%, las de la minería estatal 15% y las del sector cooperativo 32%”. La entidad considera que el sector padece la falta de inversiones, el crecimiento de la minería ilegal, incumplimiento de normativas ambientales, conflictos sociales, producción estancada, escaso valor agregado y exportaciones concentradas en pocos minerales altamente dependientes de las cotizaciones internacionales.
Aunque es innegable que, en el futuro inmediato, nuestra economía seguirá vinculada a la explotación de minerales y gas, necesitamos implementar un nuevo modelo de desarrollo basado en la diversificación, la desconcentración y la participación protagónica del sector privado. Bolivia debe trascender la dependencia extractiva y abrirse hacia un portafolio de actividades con mayor encadenamiento productivo, eficiencia y valor agregado, concentrados en agroindustria, ganadería, energías renovables, turismo de alto valor y tierras raras.
La agroindustria, hoy fuertemente afectada por políticas regresivas y riesgos climáticos, puede generar 8.500 millones de dólares por año. Solo necesita uso de biotecnología, inversión en riego y obras hidráulicas, encadenamientos productivos, formalización, infraestructura logística y sobre todo seguridad jurídica. En ganadería, otro sector en crecimiento, hoy se utilizan menos de 5 millones de Has de un total de 32 millones aptas para la producción. Solo necesitamos intensificación sostenible, valor agregado, apertura de nuevos mercados y mejoramiento del esquema de comercialización.
El turismo, que apenas genera 800 millones de dólares por año, puede crecer hasta los 5.000 millones si se capacita personal, se mejora la conectividad aérea, los accesos y la infraestructura, y se potencia el marketing internacional. Bolivia cuenta ya con 200 destinos turísticos certificados, 18 de ellos de relevancia internacional.
La explotación de tierras raras en Santa Cruz, Beni y Potosí, representa otra oportunidad estratégica que puede volver a colocarnos en el centro del interés global. Bolivia es uno de los pocos países que tiene los 17 elementos que serán esenciales en el futuro cercano para la transición energética y la tecnología militar en el mundo, y que ya genera un movimiento de 24 mil millones de dólares al año.
Finalmente, el hidrógeno verde no solo es una alternativa energética, sino una de las rutas más prometedoras de transformación industrial y exportadora para nuestro país. Debe concebirse como parte de un plan integral de transición energética, junto con energía solar, eólica y modernización de la industria.
Bolivia tiene recursos naturales, una ubicación estratégica y una sociedad resiliente. El nuevo ciclo que empezamos puede inaugurar una economía más diversificada, instituciones más sólidas y una mayor formalidad. O puede derivar en una larga etapa de frustración y decadencia. El futuro está abierto, y aunque la tormenta es inevitable, todavía podemos decidir qué tipo de país emergerá después de ella.