El 29 de septiembre de 2025, un grupo de 11 chefs de ocho países de América Latina lanzó el #SinDesperdicioChallenge. Esta iniciativa tiene como objetivo promover el aprovechamiento de alimentos, coincidiendo con el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos. La campaña se realiza en colaboración con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Objetivo del desafío
El desafío busca incentivar el uso de frutas, verduras y alimentos locales. Los participantes están invitados a transformar lo que normalmente se considera “sobras” en recetas creativas y sostenibles. El chef chileno Heinz Wuth, conocido en redes sociales como Ciencia y Cocina, fue quien inició el reto. Él invitó al mexicano Alfredo Oropeza y a la dominicana Inés Páez, conocida como “Chef Tita”, a unirse a esta causa.
Cada chef compartirá su conocimiento sobre cómo utilizar lo que se considera “sobras” y convertirlo en “obras de arte culinarias”. También compartirán recetas que inspiran a una cocina más consciente y responsable.
Participación de chefs reconocidos
El reto ha logrado una cadena de participación entre profesionales reconocidos de la región. Entre ellos se encuentran Rodrigo Pacheco, embajador nacional de Buena Voluntad de FAO Ecuador; Palmiro Ocampo de Perú; Camila Peñaloza de Chile; y los miembros del colectivo Un tenedor dorado. Este colectivo incluye a Lupita Vidal de México, Pablo Díaz de Guatemala, Catalina Vélez de Colombia, así como Marsia Taha y Jairo Michel de Bolivia.
Impacto del desperdicio de alimentos
Los desperdicios de alimentos consumen el 30% de las tierras agrícolas. Según la FAO, cada año se pierden o desperdician 1.300 millones de toneladas de alimentos en el mundo. Mientras tanto, más de 2.300 millones de personas enfrentan inseguridad alimentaria moderada o grave. Además, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) señala que la pérdida y el desperdicio de alimentos son responsables del 8% al 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
Desperdiciar alimentos tiene consecuencias sociales, económicas y ambientales. También significa desaprovechar agua, nutrientes del suelo y el trabajo de quienes producen los alimentos. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), los hogares concentran el 60% del desperdicio mundial. Esto resalta la importancia de promover cambios en los hábitos de consumo.
Objetivos de desarrollo sostenible
La Meta 12,3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) busca “reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial” para 2030. A solo cinco años del plazo, cumplir este objetivo requiere acción coordinada en todos los sectores. La campaña de 2025 enfatiza que ninguna entidad puede resolver el problema por sí sola y lanza llamados específicos a cada actor involucrado.
Los gobiernos deben invertir en sistemas nacionales para medir la pérdida y el desperdicio de alimentos. También deben implementar políticas con incentivos claros para disuadir estas prácticas. Las empresas, por su parte, deben ser transparentes en la cuantificación de sus datos sobre pérdida y desperdicio alimentario, maximizar donaciones y sensibilizar al consumidor.
Responsabilidad del consumidor
Los consumidores tienen un papel crucial en esta problemática. Deben planificar sus compras, prestar atención a las fechas de caducidad y compostar los desechos. Dejar que un tercio de la producción se pudra es equivalente a quemar recursos, condenar a millones a la inseguridad alimentaria y emitir gases que afectan al planeta.
El llamado es para todos: los gobiernos deben legislar; las empresas deben actuar con transparencia; y los ciudadanos deben convertirse en agentes activos en sus cocinas. El problema abarca toda la cadena de suministro. Sin embargo, el mayor impacto recae en el consumidor.
El 13% de los alimentos se pierde después de la cosecha antes de llegar a los minoristas. En cuanto al consumo final, los hogares son responsables del 60% del desperdicio mundial. Este es un problema que se agrava en el comercio minorista y en los servicios alimentarios.