Por: Emilio Huascar Castillo
Dicen que cuando uno se convierte en padre aparece un don invisible, una intuición que suele llamarse sexto sentido. Es el fruto del amor inmenso hacia los hijos, un amor que a veces se confunde con sobreprotección: cuidado que se caiga, cuidado que se golpee, cuidado sus manos, su cara, su corazón. Ese “cuidado” constante es, en realidad, un lenguaje de amor que nunca descansa.
Con el paso de los años, cuando los hijos crecen y comienzan a tomar decisiones propias, a tener amistades más amplias, a salir solos a distintas actividades, ese sexto sentido se transforma. Ya no es solo una advertencia, se convierte en una alarma silenciosa que busca anticipar cualquier peligro. Pero en esa etapa también surge la tensión: los hijos reclaman su independencia y los padres, desde su experiencia, establecen condiciones que son más que simples reglas; son intentos de proteger lo más valioso que tienen.
En días recientes, el padre de la joven que perdió la vida en Oruro a causa de una avalancha humana relató que aquella noche tuvo una sensación muy fuerte: no quería que su hija saliera. Algo dentro de él le dijo que no debía ir. ¿Premonición? ¿Presagio? ¿Un aviso inexplicable? Sea lo que sea, su testimonio refleja esa misteriosa intuición que muchas veces acompaña a los padres.
Y es aquí donde nace la verdadera reflexión: los hijos solemos ser tercos, creemos que nada nos pasará, que los padres exageran. Pero la vida, con su dureza, nos enseña que escuchar a papá o mamá nunca es perder libertad, sino ganar sabiduría. Ellos no hablan desde el miedo, sino desde el amor y la experiencia. La voz de los padres —ese sexto sentido— merece ser escuchada. Llámalo intuición, ángel guardián o la mano de Dios, lo cierto es que cuando los padres presienten algo, conviene detenerse y reflexionar.
Por eso, jóvenes: no dejen que la rebeldía los lleve a ignorar esas palabras que muchas veces parecen exageradas. Escuchen, dialoguen, den valor a esa voz que los guía. Los padres no son eternos, pero su amor sí lo es. Y cada vez que atiendan su consejo, no lo olviden: puede ser la diferencia entre volver a casa con una sonrisa o no volver jamás.
