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De Uruguay al mundo: el último adiós a José Mujica

Columnista Valentina Starcovich / Latinoamérica21

Por: Valentina Starcovich / Latinoamérica21

Uruguay es un caso sui generis en su especie. Un país que nació producto de la intervención de una potencia, destinado a ser un Estado tapón entre dos grandes que, durante sus primeros años, constantemente buscaban con hacerse de su escaso territorio. Y pese a tantos embates, Uruguay ha logrado sostenerse gracias a la heroica gesta de una clase política que ha (re)construido una sólida democracia. En sus casi 200 años de historia persiste el legado de varios líderes, pero ninguno ha tenido la repercusión internacional de José Mujica.

El fallecimiento de José “Pepe” Mujica deja a la izquierda uruguaya huérfana. El inevitable devenir de la existencia humana se lleva al último gran referente del Frente Amplio. Una retirada que entristece a un pueblo entero, pero que no tomó a nadie por sorpresa. Mujica había anunciado en abril de 2024 que padecía un tumor en el esófago, un diagnóstico que junto a su avanzada edad lo deterioró en pocos meses. Aunque el físico no lo acompañaba, su mente prevaleció tan lúcida y estratégica como siempre. En ese tiempo, diagramó, de manera silenciosa, su última jugada, la que resultó en la reconquista del poder presidencial para el Frente Amplio. Y en una América Latina en la que emergen liberalismos de ultraderecha, cobra especial relevancia los aportes finales de aquellas figuras que, en tiempos ya lejanos, impulsaron la celebrada era progresista.

¿Cómo es posible que un exguerrillero se convirtiera en icono a nivel mundial? Por obra de la redención. Mujica jamás negó su pasado como miembro del movimiento armado tupamaros, incluso, reconocía que el pueblo podía juzgarlo y condenarlo por ello. Sin embargo, sufrir los estragos del gobierno de facto lo volvieron un demócrata de fuste, una imagen que era mucho más fuerte que sus anteriores embates. Se podrán criticar sus medios, pero jamás negar que su lucha fue contra el autoritarismo, no así en detrimento de la voluntad del pueblo. La ciudadanía uruguaya entendió eso, y aunque muchos no lo perdonaron, tampoco se cegaron. Una vez libre y en democracia, Mujica estaba destinado a volverse un hombre importante.

El fenómeno de Mujica, por momentos inexplicable, también es producto de una izquierda que supo establecerse en el tiempo. Uruguay se unió algo tarde al giro progresista de la región. En un país tradicionalmente gobernado por la centroderecha, el avasallante triunfo de Tabaré Vázquez en 2004 era una prueba de fuego para el Frente Amplio. Para muchos, el ascenso de esa coalición era el resultado del devenir de las administraciones anteriores, desgastadas por la crisis económica y sin energía para recomponer el país. Así, se gestaba un proyecto nuevo, un experimento cargado de esperanza, que en los años venideros demostró su éxito y redobló la apuesta, ganando nuevamente las elecciones con su candidato más atípico: “el Pepe”.

 A diferencia de Vázquez, un socialista de corte tecnócrata, Mujica era, esencialmente, un animal político. Carecía de formación profesional, pero tampoco la necesitaba. Durante sus tiempos de encierro en medio de la última dictadura (1973-1985), este tosco hombre estuvo casi siete años sin leer un libro y, en sus propias palabras, evitó “caer en la locura” haciéndose amigo de su propia mente. Pensar le permitió gestar una visión particular, no solo acerca de la política, sino como filosofía de vida.

Fue famoso por su altruismo, que le valió el mote de “el jefe de Estado más humilde del mundo”, pero su sencillez personal no supuso una gestión apática. Su gobierno puso foco en generar un verdadero estado de bienestar, realizando reformas tales como la aprobación de la interrupción voluntaria del embarazo, la legitimación del matrimonio igualitario y la legalización de la marihuana. En cuanto a su actuación en la esfera internacional, convirtió a Uruguay en un aliado de los Derechos Humanos: reconoció la soberanía del Estado Palestino, acogió refugiados sirios y hasta recibió reclusos de la prisión de Guantánamo. Casi tres gobiernos después, incluso uno de signo contrario, ninguna de sus políticas sociales sufrió retrocesos.

El expresidente de Uruguay José Mujica / EFE Archivo

Mujica acalló a sus detractores con sus acciones políticas, si, pero sobre todo desde una postura contraria al odio. En sus últimos años, el exmandatario mezclaba mensajes de tolerancia con resiliencia, sin jamás perder su característico discurso. Fue un referente para aquellos que compartían su ideología, adversario de sus oponentes, pero jamás un enemigo, ni siquiera de sus represores. Lo visitó mucha gente, desde amigos como el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, iconos como la laureada actriz Glenn Close, hasta controversiales personajes como el rey emérito de España, Juan Carlos I, a quien hizo sentar en un rústico sillón hecho con tapas de botellas plásticas. Y aunque lo hizo “rebajarse” de su lujoso estilo de vida, este fue incapaz de poner siquiera mala cara.

Todos y cada uno de ellos tenía algo que hablar con Mujica, porque él sabía qué fibra tocarles para enriquecer el debate. Su fama fue tal, que hasta jugó a ser “estrella de cine” con dos estrenos en el Festival de Venecia de 2018: “El Pepe: Una Vida Suprema” documental del realizador serbio, Emir Kusturica y “La noche de 12 años” del uruguayo Álvaro Brechner, retrato de sus años de encierro junto a Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro. Probablemente no existe líder mundial que aún vivo generara tanta mítica a su alrededor.

La desaparición física de José “Pepe” Mujica entristece al Uruguay, pero también supone una pérdida irreparable para América Latina en su conjunto. El continente queda acéfalo de líderes carismáticos, mientras que apremia a los políticos a enfrentarse a un mundo de policrisis. Y mientras emergen voces que atentan contra la supervivencia de la democracia, el desafío es mantener vivo el legado de aquellos que aprendieron que la intolerancia jamás será la solución. “Pepe” dejó mucha tarea pendiente para las generaciones venideras.


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