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Deliberación o confrontación: ¿qué esperar de los debates presidenciales?

Imagen referencial / Internet

Claudia Pérez Flores/Latinoamérica21

A menos de un mes de que se lleve a cabo el primer debate entre candidatos por la presidencia en México, ¿qué podemos esperar? ¿Una deliberación sólida con argumentos sobre los principales problemas que afectan a los mexicanos? ¿O la confrontación, la banalización y el ataque constante?

Lo ideal sería la deliberación de propuestas que propicien el diálogo entre los interlocutores. Sin embargo, como lo hemos visto, los debates no son debates. El debate de 2018, por ejemplo, es recordado por frases como “Necesitamos mocharle la mano al que robe en el servicio público”, del candidato independiente Jaime Rodríguez Calderón, alias El Bronco, o “Son unos hipócritas”, de Ricardo Anaya Cortés, de la coalición Por México al Frente, o “Ricky Riquín Canallín”, como lo llamó Andrés Manuel López Obrador, del partido Morena. Más que debates, los candidatos nos ofrecen peleas y momentos incómodos.

En su libro Alegato por la deliberación pública, Raúl Trejo Delarbre señala que la decadencia del debate público hace que los candidatos se encuentren más preocupados por las respuestas que por las propuestas. Aunado a ello, las redes sociodigitales influyen para que el discurso se sustituya por el dato.

Las fake news y el algoritmo no solo han marcado el proceso electoral sino la agenda nacional e internacional, y esa puede ser otra limitante que restringe la deliberación. Ahora, la crisis no solo es de diálogo sino también de la escucha y de la observación ante la infodemia y la espectacularización que desdibuja los argumentos, el intercambio de ideas, el consenso y disenso.

En las campañas electorales que arrancaron el 1 de marzo hemos visto todo tipo de recursos de los que se valen los candidatos para lograr la cercanía, la empatía y la preferencia del voto, pero estos esfuerzos son insuficientes ante las problemáticas glocales.

Sobre este último punto, por ejemplo, en un acto de campaña Xóchitl Gálvez, candidata de la Coalición Fuerza y Corazón por México, firmó el “pacto de sangre” pinchándose un dedo y firmando en papel la promesa de no eliminar los programas sociales. Por su parte, la candidata del partido oficial, Claudia Sheinbaum Pardo, dijo en el arranque de campaña “que siga la corrupción”, y se corrigió con un “que siga la transformación”. Y Jorge Álvarez Máynez, del partido Movimiento Ciudadano (MC), que enfoca su propuesta en los temas de seguridad, afirmó en su narrativa de campaña que “en 90 días daría la vuelta a la contienda”, que, dicho sea de paso, no le favorece.

En ese contexto, parecería que si no hay descalificación no hay debate. Pero si hay descalificación, entonces se crea un vacío de comunicación en donde gana la forma y no el fondo. Por ello, los debates son utilizados por los candidatos para posicionarse en las encuestas y salir “victoriosos”. De ahí que sea común que, justo al concluir el debate, todos se declaran ganadores sin reflexionar sobre el contenido de su intervención y su posible impacto mediante el termómetro social.

Aunque en cuestiones electorales nada está dicho, es así que nos acercamos al primer debate, que se llevará a cabo el 7 de abril en las oficinas centrales del Instituto Nacional Electoral (INE). Algo peculiar es que, por primera vez, se seleccionarán preguntas de la ciudadanía por medio de las redes sociodigitales, lo que el instituto ha llamado “Formato A”.

El segundo debate se celebrará el 28 de abril en la sede de los Estudios Churubusco con un “Formato B”, con preguntas realizadas por la ciudadanía, y el tercero y último tendrá lugar el 19 de mayo en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco a las 20.00 horas. Como vemos, todos se llevarán a cabo en la Ciudad de México.

En ese sentido, a pesar de algunos aciertos como la incorporación de preguntas del público a través de las redes sociodigitales, se necesita deliberación, más fondo y quizá menos forma. Aunque la sociedad requiere propuestas, respuestas y acciones cercanas a su realidad, lo cierto es que la denominada “guerra sucia” entre aspirantes sigue vigente.

Por lo anterior, los tres debates son una cita obligada. Más allá de un espectáculo similar al cuadrilátero de una pelea de box en donde gana el que más knockouts conecta, lo que necesitamos es un debate de altura y de diálogo con la sociedad que responda a los retos que enfrenta el país. Y ahora aún más, ya que esta disputa es histórica: de los tres contendientes, dos son mujeres que lideran las encuestas. En caso de que les favorezcan los resultados, sería la primera vez que México cuente con una mujer presidenta que tendrá que resolver temas emergentes como la inseguridad, la crisis migratoria, el medio ambiente, la corrupción, la violencia de género, las personas desaparecidas, etc. Si bien no son cuestiones nuevas, se han profundizado, por lo que el debate y la deliberación son la oportunidad para mostrar otras formas de hacer política y abandonar estrategias desgastadas.

La complacencia, la superficialidad y el ataque son las características de nuestros debates presidenciales, y a partir de ellas perdemos lo que importa: las propuestas. No por ello debemos dejar de preguntarnos: ¿deliberación o confrontación? Lo sabremos en las próximas entregas.

Claudia Pérez Flores es Doctora en Investigación de la Comunicación por la Universidad Anáhuac, México. Profesora de la Universidad Anáhuac y de la Universidad Panamericana, Ciudad de México.


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