Juan Albarracín y Juan Pablo Milanese / Latinoamérica21
Los titulares de los principales medios de comunicación casi en unísono afirman que las elecciones del pasado domingo en Colombia fueron un gran revés para el presidente Gustavo Petro, una especie de referendo en contra de su gestión. Aunque esta es lectura no es completamente equivocada, muestra el predominio de interpretaciones caracterizada por una visión excesivamente “nacional” y un sesgo urbano –incluso, hasta bogotano- de la política colombiana.
El análisis de este tipo de elecciones en Colombia exige entender la fuerte incongruencia que existe entre la política electoral nacional y la política regional y local. En cada país, las elecciones locales y regionales suelen estar marcadas por temas específicos a estos contextos territoriales. Al mismo tiempo, los partidos políticos suelen articular la política en diferentes niveles–por ejemplo, a través de identidades partidarias–dándole tintes “nacionales” incluso a disputas más locales.
En Colombia, por el contrario, existe una fuerte desconexión entre los partidos en sus niveles nacionales y regionales/municipales. La mayor parte de ellos no son más que confederaciones nacionales de políticos con fuertes maquinas políticas regionales, que se articulan mínimamente, por ejemplo, en el Congreso de la República, pero permiten a los líderes regionales gestionar la política en sus territorios con notable autonomía. Por su naturaleza, estos partidos son muy exitosos en elecciones subnacionales.
Otros partidos y movimientos con claros perfiles programáticos nacionales son muy competitivos en elecciones nacionales–como es el caso reciente del Pacto Histórico de Gustavo Petro o el Centro Democrático del expresidente Álvaro Uribe–pero tienen menos presencia (capilaridad) local y son notablemente más débiles en el nivel subnacional. Estos suelen intentar, sin éxito, forzar disputas por agendas nacionales en elecciones locales y regionales.
Petro –como en ocasiones anteriores Uribe– trató de nacionalizar las disputas electorales locales del pasado domingo, una apuesta muy arriesgada en un contexto donde lo local no es función de lo nacional. Esto ocurrió especialmente en Bogotá: fomentar el conflicto sobre el metro de la ciudad con el gobierno distrital era un intento de potenciar la candidatura de Gustavo Bolívar del Pacto Histórico (PH). Evidentemente, al obtener apenas el tercer puesto, Petro salió derrotado en una pelea que era casi imposible de ganar y que era perfectamente evitable. Así él mismo sentó las bases de su propia derrota.
Sin embargo, sería un error pensar que esta derrota fue solo un “referendo” sobre el gobierno. Claro, existe un número significativo de votantes desafectos con el gobierno que sufragaron contra el “candidato de Petro” en Bogotá y en otros lugares del país. Pero, tal como la victoria de Lucho Garzón en el 2003 o Samuel Moreno en 2007 no fueron solo un “referendo” contra la política de Uribe, o la elección de Gustavo Petro como alcalde no significó el rechazo al gobierno de Santos en 2011, del mismo modo que sucediera con Claudia López e Iván Duque en 2019, los resultados en elecciones regionales y locales no son exclusivamente el producto de la creciente desaprobación del gobierno de Petro.
Esto es aún más claro cuando analizamos los resultados en otras ciudades principales, donde fueron electos alcaldes y gobernadores opositores, incluso en regiones donde Petro tuvo excelentes resultados en las elecciones presidenciales. En Cali, Alejandro Eder logró capitalizar el fuerte rechazo al alcalde actual, logrando una contundente victoria contra un oponente que fue efectivamente presentado como “el continuismo”. Si bien Eder es crítico del gobierno nacional, evitó por todos los medios la nacionalización del debate local en una ciudad donde el gobierno central mantiene razonablemente altos niveles de popularidad.
En el plano departamental, Dilian Francisca Toro, gobernadora electa del Valle del Cauca y quien controla el departamento desde 2016, ganó la gobernación y consiguió la elección de un número importante de alcaldes afines gracias a una efectiva organización política. Con posiciones ambivalentes frente al gobierno nacional, logró controlar la agenda del debate, borrando cualquier vestigio de la política nacional que hiciera al Pacto Histórico una fuerza competitiva. De hecho, la coalición del presidente después de haber sondeado algunos nombres de primer nivel para el cargo, decidió lanzar candidato sin capacidad real de disputa.
En Barranquilla, Alex Char logró su tercera elección con un contundente 73%, un reflejo de una fuerte máquina política local que es hegemónica en esta región y controla la alcaldía de esta ciudad desde 2008. Incluso en un escenario donde el gobierno nacional tuviera mejores índices de aprobación de los que tiene, sería altamente improbable que un candidato afín ganará en esta ciudad.
La victoria de Federico Gutierrez (Fico) en Medellín y de Andrés Rendón Cardona, candidato uribista para la gobernación de Antioquia, pueden reflejar, más que en los otros casos, una disputa nacionalizada en territorios estructuralmente hostiles al petrismo. Fico, después de quedar tercero en las elecciones presidenciales de 2022, probablemente utilizará un nuevo periodo en la alcaldía de la segunda ciudad del país para preparar su retorno a la política nacional. Sin embargo, el aplastante resultado (73% de los votos) representa principalmente un rechazo a la alcaldía de Daniel Quintero. Si bien este último es un aliado de Petro, el bajo apoyo al candidato del alcalde el pasado domingo (segundo, con apenas 10% de los votos) refleja más el hecho de que Quintero es alcalde de Medellín con la mayor desaprobación en los últimos años.
La respuesta de Petro ante los pobres resultados del Pacto Histórico y sus aliados fue reclamar victorias en un número (algo inexplicable) de gobernaciones. Considerando aquellas que claramente pueden ser vistas como éxitos del PH y fuerzas aliadas, tampoco pueden interpretarse estas como el resultado del apoyo del electorado a sus políticas. La elección de un gobernador del Pacto Histórico en Nariño ocurre en un departamento donde no es una novedad la elección de gobernantes de izquierda (por ejemplo, Antonio Navarro y Camilo Romero). Fuerza Ciudadana, un grupo político aliado, mantuvo el control del poder departamental en el Magdalena, más como reflejo de la consolidación de esta organización política del ahora exgobernador Carlos Caicedo.
Al mismo tiempo, el mayor número de concejales (642 de 12,000) y diputados departamentales (38 de 418) del PH, números que aún están por determinar con certeza, es más un crecimiento inercial de la unión de fuerzas de izquierda (dado el bajísimo número que tenían anteriormente) y no el resultado de un apoyo decidido del electorado a las políticas del gobierno.
La tenue conexión entre la política nacional y la política regional y municipal en Colombia hace que fuerzas políticas con perfiles más nacionales, como el uribismo (Centro Democrático) y el petrismo (Pacto Histórico), sean actores relativamente menores en disputas locales y regionales. Como le ocurrió al uribismo en 2019, las votaciones del Pacto Histórico en 2023 no reflejan –ni de cerca– el caudal de votos del 2022. Esto era de esperarse. En vez de sentar las bases de un largo proceso de construcción partidaria y la consolidación de liderazgos a nivel local y regional, Petro y el PH optaron, como otros en el pasado, por “nacionalizar” estas elecciones, magnificando –o más bien creando– una derrota anunciada.
Juan Albarracín es profesor asistente del Departamento de Ciencia Política de la University of Illinois, Chicago (EE.UU.). PhD en Ciencia Política de la University of Notre Dame (EE.UU.)
Juan Pablo Milanese es profesor titular de la Universidad ICESI, Colombia y fue jefe del Departamento de Estudios Políticos dutante más de siete años. Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Bologna.