A partir del desarrollo hipersónico de la inteligencia artificial, surge un nuevo elemento que podría considerarse el quinto elemento. Este no está compuesto ni por tierra, fuego, aire o agua, sino por algo llamado anti-vida: la inteligencia artificial que obliga a la humanidad a enfrentarse a un poder sobrehumano que ella misma ha creado.
Durante siglos, los seres humanos han estudiado y tratado de entender qué es lo que los diferencia de los animales. La biología, sociología, antropología e incluso la filosofía se han nutrido de esta pregunta existencial. Incluso en el ámbito legal se ha establecido que ciertos grupos de animales pueden ser considerados «personas jurídicas» en determinadas circunstancias.
Las inteligencias artificiales superan sin problemas el test de Turing, una herramienta clásica para evaluar la capacidad de una máquina para exhibir comportamiento inteligente.
Sin embargo, nos preguntamos qué sucederá ahora. ¿Qué significa ser humano cuando la IA lo abarca todo? ¿Qué prueba inventaremos para detectarla?
1. La generación espontánea: Una característica destacable que nos separa como humanos de las inteligencias artificiales es nuestra capacidad para generar acciones y conocimiento espontáneamente. El impulso creativo es algo intrínseco al ser humano. Podemos despertarnos un día y tener una idea brillante, crear historias o componer poemas; pensamientos creativos surgidos desde nuestras experiencias personales. No existe ninguna IA capaz de generar conocimiento o realizar acciones espontáneas por sí misma.
En un artículo publicado en la revista Nature, los científicos de la Universidad de Zaragoza, Miguel Aguilera y Manuel Bedia, concluyeron que se podría llegar a una inteligencia capaz de generar mecanismos para adaptarse a las circunstancias. Esto podría parecerse a la acción espontánea, pero está lejos de ser un acto voluntario. Cualquier acción realizada por una IA es diseñada y programada por una persona.
2. La regla de la ética: Esta diferencia nos lleva al segundo punto clave: la ética. Las inteligencias artificiales y las máquinas no poseen ética intrínseca, esta debe ser inculcada en ellas. Simplemente siguen parámetros preestablecidos y reglas claras sobre lo que deben hacer.
Los seres humanos disponemos de un conjunto de normas sobre lo que debemos hacer y también tenemos claro lo que no debemos hacer. Pero la ética va más allá de un simple conjunto de reglas; es una guía moral.
Las personas encargadas de programar las máquinas e inteligencias artificiales son quienes poseen ética. Una máquina no puede ser buena ni mala; simplemente es efectiva. Hace lo que se le ordena y para lo cual fue programada.
3. La intención solo es humana: Otro aspecto importante es la intención, la cual está intrínsecamente relacionada con la moralidad en las acciones humanas.
En su libro «Intention», la filósofa Elizabeth Anscombe argumenta que la intención no puede reducirse a meros deseos o estados psicológicos.
Anscombe sostiene que la intención es una característica esencial de cualquier acción y está estrechamente vinculada con la responsabilidad moral. Por lo tanto, no se puede separar la intención de la acción en sí misma al determinar si un acto es moralmente correcto o incorrecto. Al carecer de ética y moral, las inteligencias artificiales también carecen de intención. La intención sigue siendo atribuible únicamente al programador.
4. Sin remordimientos ni problemas psicológicos: Es casi provocador preguntarse cuáles son las diferencias en lugar de las similitudes.
Las diferencias son claras. Las IA no tienen experiencias, historia, psicología ni problemas psicológicos. No experimentan remordimientos por sus acciones (aspecto fundamental del apartado ético y moral). No aman ni son amadas. No sufren ni sienten dolor. No tienen opinión propia, ya que nada les pertenece.
La IA también puede ser destructiva; podría llevar a la pérdida de millones de empleos en todo el mundo y a una posición insignificante en el ámbito productivo, sin entrar en especulaciones apocalípticas propias de la ciencia ficción.
Al final del día, depende del propio ser humano cómo utilizarla: como una herramienta constructiva o destructiva.