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Argentina: la agonía del régimen de “stato quo”

Imagen referencial / Latinoamérica21

Hugo Quiroga/Latinoamérica21

Hoy agoniza el régimen del stato quo instaurado en 1983 que abrió las puertas a la ilusión democrática, tras la caída de la dictadura militar más atroz. El régimen de 1983 (uso este vocablo en su sentido más amplio) atravesó dos frentes de emergencia en 1989 y en 2001, en un tiempo extendido de desilusiones progresivas.

La legitimidad democrática consintió la alternancia política, con sus momentos de sueños y desesperanzas, en un país que cedió finalmente terreno a la pobreza, a la inflación galopante, al estancamiento económico, a la degradación institucional, al unitarismo fiscal, a la desconfianza en la política, a la corrupción generalizada.

Luego de cuarenta años, el contraste entre las esperanzas de ayer y la decepción del presente, explica en buena medida el ascenso de un “gobierno de opinión” (cercano al 56 % de los votos) que sustenta al presidente Javier Milei. Oportuno momento para reexaminar las relaciones entre poder y opinión pública.

Este triunfo electoral es la señal de la agonía de una época, del trance de un tipo de régimen, que será el punto de partida de otro hasta ahora desconocido, como aún no está claro quién lo puede encarnar. No es solo un simple movimiento del péndulo político, es la apertura de un foso entre la economía, política y sociedad.

Las elecciones competitivas, con un fuerte significado operativo, produjeron un trascendente cambio de signo político, como posibilidad de renovación de las élites gobernantes del stato quo. Sucede también que las elecciones tienen un carácter simbólico, y en tal sentido no representan un mero acto de nombramiento de gobernantes. Los símbolos forman parte del universo de los significados, y por ello gozan de un valor funcional.

Si Milei ha vencido no es porque los adversarios desertaron del combate, sino porque imbuidos de la naturaleza de aquél régimen no lograron comprender con precisión y certeza los reclamos pretendidos por una inmensa mayoría tanto a nivel subterráneo como en la superficie.

Se ha producido una transformación paulatina, quizá silenciosa, en la cultura política de los argentinos, como un modo de oposición frente al fracaso de un régimen del stato quo, entendido en su sentido literal: el estado actual en el que se nos presenta las cosas. Por cierto, no es un programa de actuación pública amalgamado, sino que es una llamativa especie de “régimen de consenso”, aunque observe el mundo desde perspectivas disímiles. Por eso, en su interior prevalecen eternas rivalidades, diferencias subrayadas, y torsiones muy agudas.

Los estilos políticos no han sido los mismos en las décadas previas a 1983, como tampoco lo fueron con posterioridad. El partido peronista jugó con la política de los extremos casi como punto de fractura: Ezeiza, durante el regreso de Perón, la violencia montonera, las tres A. La polarización, el faccionalismo han sido una constante entre las oposiciones y los oficialismos. El stato quo no simboliza un régimen homogéneo ni indestructible. Tampoco todos los gobiernos de turno han sido lo mismo, en sus acciones, responsabilidades, transparencia, y eficiencia en la gestión. No hay juicio único sobre estos años, sobre la combinación del período.

No obstante, hay un zócalo común que los engloba: “es el estado actual de las cosas”. Ese régimen del stato quo no incluyó ni se propuso estrictamente poner fin a una sociedad corporativa. El libro de Jorge Bustamante de 1988, La república corporativa, conserva una notable actualidad.

Milei es el presidente que pone en cuestión el régimen del stato quo. En esa lucha brutal, con su personalidad excéntrica, abre un escenario de conflicto en cuanto a intensidad y extensión que puede ser definido, a falta de uno mejor, como un “régimen de antagonismo”, como un régimen de enemistad. Una política que resalta los extremos. No sé cuál será el nuevo orden, pero hay dos regímenes que rivalizan, el que no termina de morir y el que no puede amanecer. Entre ambos hay un puente que es el proceso de transición entre un régimen y otro. En esa transición se refuerza la crisis de confianza entre la política tradicional tal como es practicada y el cuerpo social anhelante, herido, reclamante. Así, se visualizan las causas endógenas, algunas más determinantes que otras.

Quizá, la pregunta central es cómo restablecer las proporciones entre lo que debe permanecer y los cambios a realizar. Milei es portador de un proyecto utópico (más allá del ajuste y del déficit cero), irrealizable, anarco capitalista, sin Estado, animado por sistema social autorregulado exclusivamente por los mercados.

Una sociedad básicamente nueva que se coloca fuera del espacio y el tiempo, aunque ahora, en un aprendizaje veloz, embretado en la gestión de gobierno, se auxilie del pragmatismo político. Si continúa por ese camino para poder gobernar debe mejorar su representación en el Congreso, a través de fortalecer alianzas y de buenos resultados en las elecciones de medio término. El anarco capitalismo quedaría adulterado. Con la aprobación de Ley Bases y la delegación de facultades extraordinarias se abren nuevos interrogantes sobre el futuro de su gestión.

Los deseos de cambio de la sociedad argentina no parecieran encuadrar en el programa y en la cosmovisión de Milei, en el mediano plazo podremos encontrar una respuesta. Es hora de revisar certezas y poner muchas convicciones, de vieja data, en paréntesis. Las representaciones de los que mandan suscitan desesperación y las perspectivas se han invertido. La democracia es el único régimen que trata a las personas como seres libres.

*Texto publicado originalmente en Clarín

HUGO QUIROGA

Doctor en Filosofía por la Universidad de las Islas Baleares (España); obtuvo el Diplôme d´Études Approfondies en “Études de l´Amérique Latine”, Option Sceinces Politiques (París III). Investigador y Profesor Titular de Teoría Política de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario.


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