
Autor : Marcelo Cortez
Bolivia atraviesa una etapa crítica. No solo por los efectos del desgobierno que arrastra crisis tras crisis desde hace más de una década, sino también —y esto es lo más lamentable— por una oposición que, teniendo una oportunidad histórica de transformar el país, ha decidido otra vez dividirse, priorizando intereses personales antes que el bien común. Lo que debería haber sido una gesta unitaria para recuperar los derechos y el futuro del pueblo boliviano, ha quedado reducido a una pantomima vergonzosa, una puesta en escena que nunca tuvo intención real de consolidar una alternativa seria de poder.
Hoy es evidente lo que muchos sospechaban: la unidad de la oposición nunca fue un objetivo verdadero. Fue un discurso vacío, una narrativa vendida para mantener relevancia mediática, mientras en los pasillos del poder se negociaban candidaturas, se repartían departamentos como si fueran trofeos, y se ignoraban las demandas de millones de bolivianos que anhelan un nuevo rumbo. La oposición, con sus figuras rimbombantes y sus discursos inflamados de promesas, ha demostrado que jamás fueron honestos, que sabían desde el principio que cada quien iría por su lado, como ha sido en cada elección. Su verdadero compromiso no era con el país, sino con su ambición.
La situación actual del país, lejos de ser responsabilidad exclusiva del oficialismo, también tiene como culpable a esta oposición fragmentada, ciega y sorda al clamor popular. Su carencia de visión estratégica, de madurez política, y de sentido de urgencia los ha vuelto funcionales a un sistema que dicen combatir. Han sido, en los hechos, los mejores aliados del estancamiento, de la corrupción, de la mediocridad.
El ejemplo más claro de este fracaso opositor se ve reflejado en regiones como Oruro, donde la representación parlamentaria ha sido simplemente desastrosa. Tenemos legisladores que no son de la ciudad ni del departamento, sin vínculo ni compromiso con las verdaderas necesidades locales. En casi cinco años de gestión, su legado se reduce a la entrega de reconocimientos, diplomas y medallas. ¿Ese es el aporte a la tierra que dicen representar? ¿Esa es la muestra de su trabajo parlamentario? No existe un solo proyecto serio en beneficio del departamento. No hay propuestas, no hay defensa del desarrollo regional, no hay nada más allá de la búsqueda constante de protagonismo en una foto o en un acto protocolar.
Estos “representantes” son el reflejo de lo que ha llegado a ser la oposición: figuras vacías, desconectadas del pueblo, preocupadas solo por sostener su pequeña cuota de poder. No hay liderazgo, no hay compromiso, no hay visión de país. Solo hay cálculo personal, conveniencia inmediata y una peligrosa falta de responsabilidad histórica.
Los mal llamados líderes de la oposición no son más que gestores de su propia ambición. No representan a nadie más que a ellos mismos y a sus entornos inmediatos. Han fallado en construir una alternativa de verdad, han defraudado a quienes todavía creían que existía una posibilidad de renovación. Han demostrado que no buscan justicia ni progreso, solo buscan relevancia y un puesto en la siguiente elección.
Bolivia merece más. Merece líderes que estén dispuestos a sacrificarse por el bien común, que pongan su inteligencia y energía al servicio de la transformación del país. Líderes que comprendan que la política es una herramienta para servir, no para servirse. Lo que tenemos hoy debe ser un llamado de atención: ya no podemos confiar en quienes durante los últimos 20 años solo han sido piezas útiles de un sistema podrido. Esta clase política debe jubilarse.
Es tiempo de pensar en nuevas generaciones, en nuevos liderazgos, en ciudadanos y ciudadanas que no estén manchados por el cálculo ni el oportunismo. Es momento de exigir nuevas perspectivas, nuevas formas de hacer política, más honestas, más cercanas, más comprometidas. Bolivia necesita una revolución ética antes que una electoral. La crisis de la oposición es la oportunidad de refundar lo que significa liderar en este país.
El pueblo boliviano no puede seguir siendo rehén de egos personales ni de alianzas de ocasión. Es hora de construir un camino distinto. Porque si la oposición no cambia, seguirá siendo cómplice de la decadencia. Y esa complicidad ya no es tolerable.