Por: Luis Miguel Santibáñez Suárez /Latinoamérica21
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca marca el inicio de una nueva fase de confrontación que sitúa a México y América Latina en el epicentro de un juego geopolítico que favorece el aislamiento y la hostilidad. Sus primeras acciones, lejos de constituir estrategias coherentes de política exterior, parecen diseñadas para satisfacer a su base electoral, sacrificando relaciones estratégicas y socavando la estabilidad regional.
Desde el primer día, Trump ha reactivado políticas migratorias estrictas, incluyendo el despliegue de 4.000 tropas en la frontera sur y la reinstauración del programa Quédate en México. Este programa, que afectó a más de 70.000 migrantes entre 2019 y 2021, obliga a los solicitantes de asilo a esperar en condiciones precarias en México, a menudo bajo la amenaza del crimen organizado. Estas políticas no solo deshumanizan a los migrantes, sino que también generan un costo social y económico significativo para México, que ya enfrenta presiones en sus sistemas de asistencia y seguridad.
Una medida especialmente alarmante es la designación de los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas extranjeras, lo que podría facilitar incursiones militares unilaterales de Estados Unidos en territorio mexicano, violando así la soberanía del país, aunque el propio secretario de Estado Marco Rubio ha puesto en duda esa posibilidad, de acuerdo con los alcances legales de la medida ejecutiva. Aunque los cárteles generan ingresos aproximados de 60.000 millones de dólares al año, según la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, enfrentarlos requiere cooperación bilateral y no medidas unilaterales que solo tensan las relaciones entre las dos naciones.
En el ámbito económico, Trump amenaza con renegociar el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) e imponer aranceles del 25 % a productos mexicanos y canadienses. En 2024 México exportó bienes por más de 460.000 millones de dólares a Estados Unidos, lo que representa el 80 % de sus exportaciones totales. Sectores clave como el automotriz y el agroalimentario dependen en gran medida del mercado estadounidense, y estas barreras comerciales no solo perjudicarían a México, sino también a los consumidores y empresas de Estados Unidos, al incrementar costos y reducir la competitividad en un entorno global cada vez más desafiante.
El desdén de Trump hacia América Latina no se limita a lo económico. Sus declaraciones, como “Estados Unidos no necesita a Latinoamérica”, revelan una perspectiva imperialista que ignora las interdependencias globales. América Latina representa el 20 % de las importaciones totales de Estados Unidos y es un mercado clave para maquinaria y tecnología estadounidenses. Reducir la región a un problema menor perpetúa una narrativa de desigualdad histórica y obstaculiza la cooperación en asuntos críticos como el cambio climático, la seguridad energética y la gestión de crisis migratorias.
La postura de Trump respecto al Tratado de París también es motivo de preocupación. Durante su primer mandato retiró a Estados Unidos del acuerdo sobre clima, y dejó claro que lo haría nuevamente si llegara a un segundo mandato. Esto tendría graves repercusiones para los esfuerzos globales contra el cambio climático, especialmente en América Latina, una de las regiones más vulnerables al calentamiento global. Países como México enfrentan sequías extremas, mientras que Brasil sufre una acelerada deforestación de la Amazonía. Sin el apoyo financiero y tecnológico de Estados Unidos, la región tendría menos capacidad para mitigar desastres naturales y adaptarse a los efectos climáticos.
En el ámbito social, Trump ha reavivado su retórica contra los derechos de género y la diversidad sexual. Durante su mandato anterior implementó restricciones a tratamientos médicos para personas transgénero, eliminó protecciones laborales para la comunidad LGBTQ+ y limitó la educación inclusiva sobre género. Aunque estas medidas afectan directamente a Estados Unidos, su influencia polarizadora resuena en América Latina, donde los movimientos progresistas en defensa de los derechos humanos han ganado terreno. La exclusión promovida por Trump frena estos avances y alimenta discursos conservadores que dificultan la integración social en la región.
El impacto de Trump en América Latina no solo representa un desafío para la región, sino que también implica un retroceso para Estados Unidos en su posición global. En un mundo cada vez más multipolar, donde potencias como China y la Unión Europea buscan expandir su influencia, aislarse de sus vecinos más cercanos resulta ser una estrategia contraproducente. En 2023 China superó a Estados Unidos como el principal socio comercial de países como Brasil y Chile, lo que evidencia que América Latina ya está explorando alternativas económicas. El aislacionismo estadounidense no solo genera tensiones diplomáticas, sino que también limita las oportunidades de colaboración en temas cruciales que afectan tanto a la región como al mundo.
Frente a estas medidas, América Latina se enfrenta al desafío de responder con unidad y estrategia. México, como vecino inmediato de Estados Unidos y principal receptor de sus políticas migratorias y económicas, tiene la responsabilidad de liderar una respuesta regional que defienda la soberanía y promueva la cooperación internacional. Es momento de fortalecer alianzas internas y diversificar socios comerciales y políticos para reducir la dependencia de Estados Unidos. Esto no solo será esencial para contrarrestar las políticas de Trump, sino también para construir una posición más autónoma en el escenario global.
El regreso de Trump a la presidencia debe ser una llamada de atención para América Latina. La región no puede permitirse ser el chivo expiatorio de una administración que busca consolidar su poder a través del aislamiento y la confrontación. En su lugar, debe actuar como un bloque unido, capaz de enfrentar desafíos y demostrar su capacidad para dialogar, negociar y construir un futuro que beneficie a todos sus habitantes. América Latina tiene el potencial para ser un actor clave en el siglo XXI, y este es el momento de demostrarlo. Las políticas de división impulsadas por Trump pueden intentar levantar muros, pero no podrán detener a una región que busca avanzar con dignidad y propósito.