Diego M. Raus/Latinoamérica21
La ciencia política se ha apoyado siempre, como no puede ser de otra manera, en la realidad histórica del devenir de la política. Sus desafíos intelectuales los constituyeron, y constituyen, los permanentes vaivenes que la política y los gobiernos van atravesando en la historia humana, ya que, en definitiva, la política es el arte humano de darse formas de organización. Por lo tanto, el desarrollo de la ciencia política es sintomático a la evolución de las formas políticas de gobierno en el proceso civilizatorio de la humanidad.
En tantos siglos de pensamiento político, la ciencia de la política ha establecido ya ciertos acuerdos —cuasi leyes— respecto a las condiciones de posibilidad que todo gobierno democrático tiene para poder avanzar en el programa que lo llevó a la victoria electoral y, de ahí, a instituirse como gobierno legítimo. Así, el acuerdo, la negociación, la mayoría parlamentaria, la producción de leyes, la conformación de gabinetes, la racionalidad administrativa y la consecución de objetivos socialmente justos y tolerables son algunas de esas condiciones que todos los manuales y tratados de la ciencia de la política establecen como el canon indiscutible para el éxito relativo de un período gubernamental.
El caso actual de la política argentina y el gobierno de Javier Milei puede pensarse también como un estado de cosas que ha desafiado, si no roto, gran parte de esos considerados básicos mainstream de la ciencia política contemporánea.
El gobierno de Javier Milei está pronto a cumplir seis meses de mandato. En ese lapso no ha podido aprobar ninguna ley en el Congreso debido a su abrumadora minoría parlamentaria pero también a su demostrada incapacidad política para gestar alianzas. El proyecto madre, la denominada Ley Bases, un conjunto de proyectos de ley que significarían una transformación estructural y cultural de la política, la economía y la vida social del país, fue presentado al Congreso, retirado, enmendado, vuelto a presentar y vuelto a retirar y enmendar, y al día de hoy su aprobación es incierta, por no decir dificultosa.
El PBI de la economía argentina observa en marzo de 2024 una caída de más de un 8 % respecto a marzo de 2023. El consumo ha caído más de un 10 % anual. La pobreza ha aumentado, sobre un nivel ya intolerable, más de un 10 % en los últimos cinco meses. Los bancos han informado de que en los últimos tres meses se han dado de baja 275.000 cuentas salario, lo que se traduce en una caída igual de puestos de trabajo formales. En el sector informal de la economía, alrededor del 45% de la Población Económicamente Activa, la recesión económica está causando estragos.
El manejo político del gobierno aparenta ser similar a la administración de un consorcio de propietarios o de una asociación deportiva. Hay un permanente cambio de funcionarios tanto en el gabinete nacional como en las segundas y terceras líneas de la administración estatal. Esto implica una incapacidad estructural en el diseño e implementación de políticas públicas, sumamente necesarias sea por la crisis que vive la Argentina, sea por el repetido discurso del gobierno respecto a la transformación histórica que quiere generar en el país.
No obstante este panorama nada alentador, todos los estudios de opinión pública coinciden actualmente en señalar que el apoyo al gobierno de Milei —pues es vox populi entre sus seguidores que el gobierno no es de un partido sino de esa persona— es bastante similar al caudal electoral que le permitió ganar la elección presidencial: entre el 50 % y el 55 %. Ese apoyo mayoritario observa otras particularidades como ser heterogéneo en términos de la estructura social, es decir transversal en la escala de bienestar económico, de manera más pronunciada en jóvenes que en adultos mayores, más inclinado en población masculina que en femenina, En fin, datos interesantes para correlacionar con el estilo sobre todo discursivo y escénico de Milei.
Lo cierto es que la relación entre la performance del nuevo gobierno, el apoyo social que tiene y las modalidades y resultados parciales de gestión hasta ahora logrados (numéricamente casi 0) desafían, si no contradicen en algunos aspectos, los postulados básicos que la ciencia política estableció hasta ahora como condición sine qua non para un gobierno que quiera conservar apoyo social y político y así avanzar en su programa electoral.