Ariel Sribman Mittelman / Latinoamérica21
La mayoría de sistemas políticos prevén diversas fórmulas para enfrentarse a circunstancias excepcionales: estados de alarma, de emergencia, de guerra, de excepción. Todas estas herramientas coinciden en un punto de fuga: la concentración del Poder Ejecutivo. Es decir, se trata de potenciar la capacidad del Ejecutivo para tomar decisiones rápidas y llevarlas a la práctica, evitando la dispersión de energía política que suelen traer aparejados los enfrentamientos partidistas, los bloqueos, los debates parlamentarios interminables.
¿Suena escandaloso? Quizá: equivale a decir que los fundamentos mismos de la democracia suponen un derroche de energía política. Frente a esto hay que hacer tres aclaraciones. La primera es que la democracia no es un sistema perfecto. Tiene, efectivamente, sus inconvenientes. Ello no quita, por otro lado, que ofrece más beneficios que cualquier otro sistema de los que conocemos.
Segunda aclaración, a la luz de la anterior: en realidad ni siquiera vivimos en democracias puras, sino en sistemas mixtos. Pero esto requiere explicaciones que exceden el espacio disponible, y que se pueden encontrar en las Historias de Polibio.
La tercera aclaración es que la necesidad de concentrar el poder en momentos críticos no es ningún descubrimiento del siglo XXI: la República romana contaba con la figura del dictador, que condensaba el poder durante tiempo limitado y con facultades limitadas (igual que en nuestro estado de excepción) para hacer frente a tiempos tormentosos. Ni entonces ni ahora se trata de colocar todo el poder en manos de un déspota: el dictador romano y el jefe de gobierno actual en estado de emergencia están por debajo de la ley.
Gobierno de unidad nacional
El gobierno de unidad nacional pertenecer a una categoría distinta que los mecanismos anteriores pero está fuertemente vinculado a ellos, pues comparte su objetivo: evitar la dispersión de energía ejecutiva en enfrentamientos políticos; fortalecer al Ejecutivo dotándolo del respaldo de varias –quizá todas– las fuerzas políticas para enfrentar una circunstancia crítica. Tenemos un ejemplo cristalino y reciente: Israel, cuya política llevaba más de un año polarizada en extremo por un proyecto de reforma judicial, constituyó velozmente un gobierno de unidad nacional para enfrentar la crisis derivada del ataque terrorista masivo perpetrado por Hamás el pasado 7 de octubre.
Gobierno de unidad nacional es también la respuesta que ofrece Sergio Massa a la situación crítica que atraviesa la Argentina. De ahí una primera observación: considerar que la Argentina atraviesa una circunstancia excepcional, y no una crisis estructural, permanente, parece un fallo considerable de diagnóstico. Esto, que puede parecer superficial, tiene consecuencias notables, que se verán en la tercera observación. Aun así, ¿por qué no convocar un gobierno de unidad nacional para hacer frente a esa crisis?
La pregunta nos lleva a la segunda observación: un gobierno de unidad nacional no es un gobierno que coopta figuras individuales de otros partidos. Es un gobierno que suma a esos partidos al completo, para evitar las dinámicas gobierno-oposición de tiempos ordinarios, que impedirían al Ejecutivo actuar con todo el vigor que las circunstancias requieren. En otras palabras: contar con unos cuantos dirigentes de un partido opositor que a título individual entran en el gobierno no impedirá que los partidos a los que pertenecen (o pertenecían) dificulten la labor gubernamental.
Tercera observación: un gobierno de unidad nacional no es un gobierno de coalición. La diferencia es el compromiso de los participantes, lo prietas que se cierran las filas. En una situación excepcional, las fuerzas políticas agrupadas en un gobierno de unidad nacional entienden que el país mismo está en juego y que no hay margen para politiqueos, traiciones, órdagos ni condiciones. Van todos a una. Los juegos de poder se dejan para otro momento. En cambio, un gobierno de coalición se puede romper, puede estar sujeto a tensiones entre los miembros, puede… ¿se acuerda, lector, de Cristina y Cobos? Por eso es importante diferenciar tiempos ordinarios de tiempos excepcionales.
Cuarta observación: contar con miembros de otros partidos en el seno del Ejecutivo, incluso si es con el respaldo orgánico de esas formaciones, no garantiza la unidad nacional. Regresemos al ejemplo de Cristina y Cobos. Ahí radica el problema fundamental de la propuesta de Massa: su éxito depende de fuerzas políticas situadas al otro lado de la grieta. No hay más que escuchar las declaraciones de Milei tras la primera vuelta: “Estoy dispuesto a hacer tabula rasa, barajar y dar de nuevo, con el objetivo de terminar con el kirchnerismo”. Dice el refrán que dos no pelean si uno no quiere. Pero tampoco se reconcilian si uno no quiere.
Quinta observación, y sin duda la más importante: Massa tiene razón. Argentina necesita urgentemente políticas de Estado. Lleva cuarenta años necesitándolas. Pero políticas de Estado significa precisamente lo contrario de lo que él propone: son políticas pactadas con la oposición, no con el propio gobierno, independientemente de que éste incorpore a algunas figuras de otros partidos.
En todo caso, lo que interesa es realizar una lectura de largo recorrido. Una forma es confrontando la propuesta de Massa con las palabras de Milei. Y lo que desvela esa lectura son las heridas abiertas por 20 años de populismo. Es el precio que tendrá que pagar cualquier presidente. Pero más claro que nadie lo enfrentará Massa si intenta formar algo parecido a un gobierno de unidad nacional. Lo que el kirchnerismo dividió durante dos décadas, lamentablemente no podrá arreglarlo en unos segundos una declaración tajante pero almibarada como la del candidato peronista tras la primera vuelta: “La grieta se murió”. En ese mismo instante, Milei vociferaba que acabará con el kirchnerismo.
Observación final: gobierno de unidad nacional no es repartir ministerios. No es gobernar con todos: es gobernar para todos.
/Ariel Sribman Mittelman es politólogo y Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca. Especializado en la sucesión del poder y la vicepresidencia en América Latina.