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Elecciones en Uruguay: ¿Y ahora cómo seguimos?

Columnista Valentina Starcovich / Latinoamérica21

Por: Valentina Starcovich / Latinoamérica21

Si hay algo que caracteriza a la democracia uruguaya, es su armonía, casi como un reflejo de su propia geografía. Uruguay es, en definitiva, una pradera en todos los sentidos. Aun cuando el signo político varíe, los gobiernos no apuntan a los radicalismos y, de momento, el país parece estar más o menos blindado contra figuras disruptivas que buscan el choque más que la convivencia. Uruguay es un caso sui generis, sí, pero no está exento de críticas y particularidades.

El pasado domingo 27 de octubre, la ciudadanía uruguaya volvió a volcarse a las urnas en una instancia de elecciones nacionales. De momento, los resultados no arrojaron nada nuevo, tras no alcanzar el 50% + 1 necesario para ganar en primera vuelta, la presidencia de la República continúa en disputa entre el candidato del Frente Amplio, Yamandú Orsi y el del Partido Nacional, Álvaro Delgado. Así, al país todavía le quedan un par de semanas de camino al balotaje que tendrá lugar el próximo 24 de noviembre.

Orsi lidera la coalición de izquierda que, por quinta vez consecutiva, se posiciona como la fuerza política más votada, alcanzando un 43,9% de los votos, mientras que Delgado aspira a convertir su 26,7% en mayoría, apostando a renovar la coalición de centro-derecha que le permitió a Luis Lacalle Pou acceder al poder en 2019 y que es integrada, además del Nacional, por los partidos Colorado, Cabildo Abierto e Independiente.

Sin embargo, el escenario no se puede dilucidar con tanta facilidad. Basándose en una suma lineal de votos, la coalición si supera al porcentaje de la izquierda, pero también significa subestimar las decisiones del electorado.

La misma noche de las elecciones se comenzaron a gestar las estrategias de los presidenciables, con un Orsi apostando a la unidad nacional y un Delgado insistiendo en dar continuidad al proyecto político coalicionista, así recomo reconociendo el liderazgo de Lacalle Pou. El mensaje que recibió la ciudadanía de los candidatos fue distinto, tanto en términos discursivos como de presentación: un Orsi abrazado a su compañera de fórmula, Carolina Cosse, cediendole la palabra primero y un Delgado buscando presentarse como el líder, reconociendo, primero, a los socios de la coalición, luego al Partido Nacional y, por último, a su compañera, Valeria Ripoll.

En cierta forma, estos matices van siendo el reflejo de las prioridades a la hora de armar gobierno. Ser oposición le permitió al Frente Amplio aprender de sus errores, empezando con la composición de su fórmula presidencial. Poner a Cosse como su segunda es reconocer una figura de gran relevancia a nivel político y, en cierta forma, saldar la deuda de 2019. Por el contrario, el Partido Nacional generó disensos internos cuando Delgado eligió a Ripoll, una recién llegada con un pasado sindical y de militancia de izquierda. El candidato apostó por una figura que fuera capaz de ser absolutamente crítica con el Frente Amplio, aun cuando se ganase el desencanto de sus militantes.

Gobernabilidad si, gobernabilidad no: la conformación del Parlamento

Imagen de referencia / AFP

Algo que sigue costando en Uruguay es la cuestión de paridad en cargos electorales. A 92 años de que se aprobase el voto femenino, recién se está ante la segunda elección donde la vicepresidencia será ostentada por una mujer (sin contar a Lucía Topolansky, quien accedió al cargo por la renuncia del titular, Raúl Sendic, en 2017). A diferencia de la actual titular, Beatriz Argimón, quien desde el año 2000 ha ocupado cargos en la legislatura, las nuevas aspirantes al cargo poseen poca o nula experiencia a nivel parlamentario.

No obstante, el respaldo legislativo de ambas es totalmente distinto. Cosse, de antemano, parece contar algunas ventajas para dirigir el Senado, puesto que el Frente Amplio obtuvo la mayoría en esa Cámara con 16 escaños de 30, frente a los 9 del Partido Nacional y los 5 del Partido Colorado. Por el contrario, Ripoll partirá con minoría tanto de su partido como de la “coalición multicolor”, así como con posibles complicaciones en la convivencia dada su propia historia política.

Respecto a la trayectoria de los Senadores electos, 26 de los 30 titulares tienen experiencia a nivel legislativo, siendo los recién llegados figuras de gran notoriedad: Andrés Ojeda y Robert Silva (quienes hasta el domingo eran la fórmula presidencial del Partido Colorado), la propia Carolina Cosse (quien fue electa Senadora en el período anterior pero dejó su cargo para asumir como jefa comunal de Montevideo) y la mítica periodista reconvertida en política, Blanca Rodríguez (denominada en la jerga como “la última jugada de José Mujica” para recuperar parte del electorado perdido). Si bien esto refleja también la tradición democrática del Uruguay y la cuasi imposibilidad de que outsiders irrumpan en la política, el legislativo no está del todo resguardado.

La Cámara de Representantes está integrada por 99 escaños, 48 para el Frente Amplio, 49 para la Coalición Republicana, siendo los otros dos asientos de Identidad Soberana. Este último parece ser la gran novedad, un partido fundado en 2022 y cuyo líder -y diputado electo- Gustavo Salle ha ganado notoriedad por su peculiar manera de hacer campaña con un megáfono y un discurso “antisistema”: contrario a la agenda 2030 y opositor a derechos conquistados en la era progresista como la despenalización del aborto, la ley de violencia basada en género y la de riego, entre otras. En su primera aparición tras los resultados, Salle dijo que su partido entra en “la cueva de los vendepatria”. Y pese a que posteriormente afirmó que moderará su discurso, Salle, más que una figura pintoresca, es una alerta respecto a posiciones extremistas que podrían afectar la gobernabilidad.

Uruguay todavía tiene pendiente elegir a quién conducirá el Ejecutivo, pero más allá de que se decline por la continuidad o apueste al cambio, el juego fuerte estará en el Palacio Legislativo cuyo poderío y capacidad jamás debe ser subestimado. En un gobierno que asumirá en 2025, a 40 años de la restauración democrática, el poder legislativo será el escenario de los consensos y las discrepancias. A poner el foco allí.

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