Gustavo A. Rivero/Latinoamérica21
La desinformación y los fenómenos climáticos extremos han sido seleccionados como los riesgos globales a corto plazo más destacados según el Informe de Riesgos Globales 2024 del Foro Económico Mundial (FEM). Sin embargo, esto no tiene nada de novedoso, especialmente en lo que respecta a la desinformación. De hecho, es coherente con las ediciones anteriores del informe que vaticinaban su relevancia en la escena global desde su primera publicación 18 años atrás.
Inicialmente fue catalogado como una simple amenaza. Pero con el paso del tiempo ha evolucionado hasta convertirse en un riesgo neurálgico, pues su existencia en las redes sociales desde 2013 ha erosionado las democracias occidentales y fortalecido la influencia virtual de gobiernos iliberales en el extranjero con información inexacta y narrativas conspirativas. Más recientemente, con el boom de la inteligencia artificial, han surgido nuevos desafíos y preocupaciones para afrontarla, particularmente en períodos electorales como el presente año 2024.
El fenómeno de la desinformación no es una novedad. Lo que lo distingue en la actualidad estriba en la presencia omnipresente del internet y las redes sociales, las cuales han transformado radicalmente la forma en la que accedemos a la información. Históricamente se han creado diferentes estrategias para mitigar la manipulación de la opinión pública. Por ejemplo, durante la Guerra Fría, en Estados Unidos se estableció un grupo de trabajo conocido como “medidas activas” para contrarrestar la desinformación proveniente de la Unión Soviética. Con el tiempo, surgieron los “fact checkers” o verificadores, cuya labor se centra en detectar errores y noticias falsas en los medios de comunicación.
Recientemente estas estrategias se han expandido al ámbito de la tecnología, ya que en redes sociales la diseminación de contenido malicioso se ha llevado a cabo mediante cuentas falsas o automatizadas, conocidas como bots. Con el avance de la inteligencia artificial, este fenómeno ha evolucionado hasta el punto de crear usuarios falsos que operan en múltiples plataformas, siendo capaces de simular interacciones humanas en internet, o a través los “deep fakes”, que son videos o imágenes falsificados de personas que aparentemente son reales.
Palabras, definiciones y desinformación
Desde sus primeras ediciones, los informes anuales de Riesgos Globales del FEM han destacado los retos y cambios en la comprensión de este fenómeno a nivel mundial. Si bien el enfoque hacia la desinformación ha sido ciertamente abordado, se ha caracterizado por un conjunto de sinonimias para describirlo como: “massive digital misinformation, false information, fake news, post-truth, misinformation, deep fakes, disinformation”. A simple vista, todas estas palabras parecen describir el mismo fenómeno, pero no es así. Esto demuestra los esfuerzos que se han realizado para definirlo de forma precisa y así poder abordarlo.
Es esencial recurrir a la literatura especializada para comprender adecuadamente estos términos: “desinformación” (disinformation) se refiere a la información falsa o bulos que son creados y difundidos intencionalmente. “Información errónea” (misinformation) hace referencia a la transmisión de información falsa que no tiene la intención de hacer daño. Mal uso de la información o “información maliciosa” (malinformation) emplea el uso malicioso de la información, aunque no necesariamente es creada, ya que puede provenir de filtraciones de datos personales, rumores dañinos o información privada. Por último, “Fake News” es un término genérico mediático y altamente politizado que ha intentado describir este fenómeno a las grandes audiencias.
18 años después: tradición
A pesar de las diferentes denominaciones atribuidas al fenómeno, desde la primera edición en 2006, ya existía una comprensión generalizada sobre la desinformación como futura amenaza que podría llevar a erosionar la confianza de la población en sus gobiernos. Según el FEM, este fenómeno se convertiría en una preocupación global en los próximos 10 años y el miedo se presentaría como el potencial motor para la diseminación de información falsa alrededor del mundo. En 2012, fue encasillado como parte del lado oscuro de la conectividad, junto con los ataques cibernéticos que incluían fraudes bancarios, robo de información, entre otros, los cuales podrían afectar seriamente la gobernanza global.
El 2013, la desinformación fue finalmente clasificada como un riesgo global asociado a las redes sociales, la cuales facilitaron la propagación de información falsa a través de las cámaras de eco en momentos de alta tensión política, incrementado considerablemente la polarización de los usuarios. A pesar de que el 2016 marcó un punto de inflexión con eventos como el Brexit, la elección de Donald Trump, la revelación de los Panama Papers, entre otros, sorpresivamente la desinformación como riesgo no fue incluida en este informe anual, ni en los dos anteriores. Debido a este descuido, en los años 2017 y 2018 la desinformación pasó a ocupar un lugar destacado en las publicaciones como una de las potenciales causantes de la crisis en la democracia occidental.
En los últimos cinco años, la desinformación ha emergido como un riesgo global relevante para los analistas del FEM. Este fenómeno ha cobrado mayor importancia debido a las dinámicas de la infodemia provocada por la pandemia del COVID-19, los avances y alcances de la inteligencia artificial, la persistencia de la información falsa en la red, entre otros factores. Atender este fenómeno se ha convertido en una prioridad para diversos actores sociales y políticos. Por lo tanto, su preponderancia en el 2024 y en los próximos dos años no resulta sorprendente, particularmente considerando que cerca del 49% de la población mundial irá a las urnas, abarcando 18 países en África, 6 en América, 8 en Asia y 9 en Europa (además de la Unión Europea).
Estos informes sobre percepción de riesgos globales representan un ejercicio intelectual significativo dirigido a reducir la incertidumbre humana ante el futuro. Sin embargo, tienen sus limitaciones, pues no pueden anticipar todo lo que puede llegar acontecer. Al compilar y sintetizar los fenómenos más apremiantes de las dos últimas décadas, la desinformación ha indudablemente ganado un espacio preponderante en el mundo por su estrecha conexión con el uso cotidiano de la tecnología. Esto la ubica no como una novedad, sino como un fenómeno tradicional en este periodo de la historia.