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Las señales de cambio en la oposición venezolana

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María Isabel Puerta/Latinoamérica21

Una de las consecuencias más profundas que dejó la estrategia política de máxima presión del gobierno de Donald Trump hacia el gobierno de Nicolás Maduro fue el debilitamiento de la oposición venezolana. El daño que hizo el outsourcing de EE. UU. no solamente contribuyó a frenar la movilización de los venezolanos, sino que debilitó aún más a una oposición seriamente aquejada de divisiones ideológicas y desacuerdos estratégicos.

El desplazamiento de la gestión de representación al gobierno de los EE. UU. dejó al país sumido en una suerte de orfandad política, convirtiendo hasta sus decisiones de política doméstica en un asunto existencial para algunos sectores de la sociedad venezolana. En ese plano doméstico, el tema fue utilizado por la anterior administración para captar y conservar el voto latino, específicamente en las comunidades cubanas y venezolanas en el exilio en Florida, donde llegó a representar un asunto crítico por su impacto electoral.

Sin embargo, luego de las elecciones de 2020, el debate político sobre Venezuela tomó otro rumbo con el gobierno entrante de Joe Biden. Considerando su postura crítica sobre la estrategia de la administración pasada, y vistos los resultados electorales en Florida, el argumento de preservar el voto de cubanos y venezolanos perdió fuerza en su agenda. Los resultados adversos del Partido Demócrata liberaron al gobierno de Biden, permitiéndole abordar el caso venezolano desde una perspectiva más pragmática.

Los primeros indicios sobre el cambio en la estrategia de EE. UU. vinieron de la mano de negociaciones directas con el régimen venezolano. La liberación de los sobrinos políticos de Maduro en octubre de 2022 generó amplia condena en Venezuela. Lo que no tuvo mayor atención fue el acercamiento entre las dos partes, en medio del estancamiento de las conversaciones iniciadas en Barbados en 2019, y en México entre 2021 y 2022.

En ausencia de avance en las conversaciones entre las partes, el gobierno de Biden optó por una vía más directa. La crisis migratoria los obligó a retomar el tema, porque ya no se trataba solo de las repercusiones para gobiernos regionales en manos del Partido Republicano, sino que el flujo masivo de inmigrantes estaba afectando también a gobiernos demócratas gracias a la estrategia republicana de traslado de inmigrantes a ciudades bajo su jurisdicción.

En este contexto se produjo un nuevo intercambio de presos entre los dos gobiernos, reavivando el amplio rechazo entre la opinión pública venezolana de la política de la administración de Biden hacia Maduro. El canje de diez presos de nacionalidad estadounidense por Alex Saab, un empresario colombo-venezolano procesado por una serie de delitos por la administración de justicia de los EE. UU., fue el producto de una negociación paralela a la de Barbados bajo la medicación del ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno de Qatar.

Este nuevo episodio ha permitido observar un cambio cualitativo que pudiera llegar a ser crucial de cara a los retos electorales que enfrentará la oposición venezolana en 2024. Luego de la elección primaria opositora este pasado octubre, el deseo de cambio por el que votaron más de dos millones de venezolanos pareciera estar tomando forma en el liderazgo refrendado por el resultado de la elección. A diferencia de las críticas por la liberación de los sobrinos políticos de Nicolás Maduro, la candidata presidencial de la oposición, María Corina Machado, en un comunicado emitido a propósito de esta transacción, señaló que la medida se inscribe en el proceso de construcción de una ruta cívica que conduzca hacia una solución electoral de la crisis política venezolana.

La transición de Machado de aspirante a líder con proposiciones políticas sin concesiones a una líder con posiciones más moderadas (o cautelosas) no debería pasar desapercibida. Un primer indicio en el cambio de estrategia de Machado, que no siempre respaldó acudir a las urnas, fue su participación en la elección primaria. Un giro que, sin embargo, no ha sido suficiente para zanjar las diferencias en el seno de la oposición. La otra señal ha sido su aproximación al proceso de negociación, que incluso poco antes de las primarias seguía siendo objeto de duras críticas de su parte; ahora se lo plantea como un escenario más dentro de un amplio programa político que ha venido desarrollando en los últimos dos años.

Las acciones señaladas se inscriben dentro de lo que Machado ha descrito como “el nuevo despertar” de Venezuela. Desde esta aproximación, la candidata opositora reconoce que la vía electoral está llena de incertidumbre y obstáculos, asumiendo la participación en el proceso político desde una postura más pragmática, lejos de su acostumbrada demanda sobre la salida incondicional de Maduro.

La ventana de oportunidad que se le presenta a la oposición en este tramo de la crisis política venezolana puede ser muy pequeña si no se aprovecha para adoptar una estrategia unitaria y efectiva de mediano plazo. Luego de la elección primaria, Machado reconoce que ha recibido un mandato. Es posible que el reto no se limite solamente a enfrentar las amenazas desde el chavismo y sus esfuerzos por impedir que participe en las elecciones presidenciales de 2024 con la inhabilitación política en su contra. Un primer desafío será vencer a las fuerzas opositoras que se han devorado a sus líderes, antes que el propio chavismo. Convencer al país que votó por Machado, y en contra de un liderazgo político al que considera incapaz de enfrentar al chavismo, de que se trata de una estrategia de largo aliento tiene sus riesgos en este escenario.

Lo que se está planteando es un cambio cualitativo que pudiera llevar a un replanteamiento estratégico, que, de concretarse con la ampliación de las fuerzas políticas respaldando a Machado, sería la amenaza más seria que se le ha presentado a Nicolás Maduro en los últimos años.


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