Sebastián Godínez Rivera/Latinoamérica21
Mucho ha cambiado la América Latina del siglo XXI, un periodo marcado por un ciclo pendular de las ideologías: primero gobernó la izquierda, luego la derecha y ahora de nuevo la izquierda. La primera ola progresista se diferencia mucho de la segunda por las condiciones políticas, sociales y económicas de la región. Sin embargo, solo hay una similitud, y es que algunos de sus líderes siguen en el poder, se han afianzado a la presidencia, mientras que otros han vuelto a través de las urnas.
En estos casos se puede analizar que no ha habido un cambio de élites, como lo han escrito Wright Mills o Gaetano Mosca, quienes mencionan que parte de conservar el poder tiene que ver con la renovación de cuadros ya sea en el poder o los partidos. Tenemos ejemplos de ello en varias latitudes como Cristina Fernández en la vicepresidencia de Argentina, Luiz Inácio Da Silva como presidente de Brasil, Evo Morales abanderado por su partido Movimiento Al Socialismo como candidato para las próximas elecciones, Daniel Ortega instalado en el poder desde 2006 en Nicaragua o Nicolás Maduro en Venezuela.
Son diversos los contextos que vive cada país, pero todos tienen en común que sus líderes se han mantenido vigentes en la política impidiendo la renovación de cuadros políticos. El peronismo argentino se concentró en la pareja Néstor-Cristina, lo cual ha sido perjudicial para el oficialismo, ya que con las elecciones de octubre su abanderado Sergio Massa ha enfrentado dificultades para consolidar su propia imagen. Incluso desde 2022 se analizaba la posibilidad de que Cristina Fernández compitiera por la presidencia, pero en marzo de 2023 declaró que no lo haría debido a que fue inhabilitada por una sentencia judicial.
En Brasil Lula Da Silva venció al presidente Jair Bolsonaro. Su imagen despertó emoción en la ciudadanía, empero, ahora enfrenta otros problemas que le han impedido repetir los éxitos de sus dos primeros mandatos (2003-2010). La Guerra en Ucrania, la polarización en el país y un Congreso de mayoría opositora son los retos del presidente. Sus acercamientos con Rusia y las nulas condenas a las izquierdas autoritarias le han ganado críticas, junto con el déficit fiscal que tiene el país y la caída de la inversión.
Mientras tanto, Bolivia es un caso particular de la región. Después de las protestas de 2019 que culminaron con la renuncia de Evo Morales y el interinato de Janine Áñez, el partido Movimiento Al Socialismo recuperó la presidencia con Luis Arce Catacora. Sin embargo, el presidente y el expresidente se han confrontado por el modelo de desarrollo, la producción de cocaína y el incremento del crimen. Las críticas entre los dos han llegado al punto de que Morales ya fue respaldado por su partido para competir por la presidencia y Arce ha sido expulsado durante el Décimo Congreso de Movimiento Al Socialismo.
Este es uno de los escenarios más interesantes, ya que el liderazgo carismático de Evo Morales se ha impuesto sobre el liderazgo tradicional o legal de Luis Arce Catacora, de acuerdo a las tipologías de Max Weber. No obstante, esto también se asimila a la novela del mexicano Martín Luis Guzmán La sombra del caudillo, en la cual se retrata que existen presidentes constitucionales pero el poder político reside en el Jefe Máximo de la Revolución. Lo mismo pasa en Bolivia: la figura de Evo Morales se ha sobrepuesto a la del presidente en turno, a pesar de pertenecer al mismo partido, y hay una disputa que clama el regreso del expresidente al Palacio Quemado.
Por otro lado, Nicaragua y Venezuela se han convertido en autocracias modernas, ambas dirigidas por líderes autoritarios que han suprimido las libertades políticas, debilitado las elecciones y la institucionalidad. Ambas naciones enfrentan crisis políticas, económicas y sociales. Por ejemplo, Daniel Ortega luchó contra la dictadura de Somoza para construir una república, pero ahora se ha afianzado en el poder desde 2006, el país se ha vuelto hermético y ha retrocedido en el tiempo. El ideal de Augusto César Sandino de un país libre y soberano ha sido disuelto por el gobierno orteguista.
Asimismo, Venezuela se convirtió en una autocracia desde que Hugo Chávez reformó la Carta Magna, los poderes y el Estado. El traspaso de poder hacia Nicolás Maduro representó la continuidad del chavismo, pero a diferencia del primer gobierno el país ya no goza del boom petrolero y el régimen se ha vuelto hostil hacia los opositores. Venezuela es uno de esos casos paradójicos donde personajes prometieron un futuro mejor en aras de la democracia, pero esta última ha sido sofocada.
La crítica a estos casos no tiene que ver con cómo ejercen el poder, sino que los liderazgos descritos han personificado el poder político impidiendo que haya nuevos rostros que revitalicen las estructuras partidistas. Los mandatarios que se han mencionado tuvieron aciertos y errores en sus gobiernos, pero el mundo ha cambiado y la sociedad también. Seguir estrategias que ya no corresponden a la temporalidad puede generar mayores costos que beneficios, hay otras necesidades y retos que solo pueden ser atendidos con la llegada de nuevos perfiles.
No obstante, los distintos casos abordados deberían ponernos a pensar en algo: ¿qué pasará cuando estos liderazgos lleguen a faltar? Especular no sirve de nada, pero la Ciencia Política y la Historia nos permiten hacer prospectiva. En el caso de los líderes autoritarios sus regímenes no logran mantenerse a la falta del líder. Quizá algunos inicien transiciones hacia otros modelos. Mientras que los liderazgos electos que hoy gobiernan pueden convertirse en pilares o guías políticos, algunos llegan a tener su propia corriente ideológica, como el lulismo o el kirchnerismo.